lunes, 2 de junio de 2014

LA ARQUITECTURA ES UN DEPORTE DE COMBATE



“La arquitectura es un deporte de combate” es el título de un libro en el que el arquitecto argelino Rudy Riccioti es entrevistado por el crítico David D´equainville. Se me viene a la mente cada vez que un amigo o grupo de amigos me cuenta la manera surrealista en la que pasa a formar parte de esa gruesa y honorable cofradía de arquitectos peruanos atropellados en sus derechos y en su dignidad por la asquerosa burocracia del estado o por las malditas leyes del mercado actual.

Hace unos años el “Señor” Portilla nos dejó a mi y mis socios sin todos los ahorros de nuestra vida. Acabamos la casa para su familia y no se le dio la gana de terminar de pagarnos un dinero que ya habíamos gastado para acelerar la obra. La Municipalidad de Comas me debe 13 mil soles desde hace 4 años (la gestión anterior), por el expediente técnico de una obra que comenzaron a construir y detuvieron ellos mismos.

Unos amigos ganaron un concurso nacional y la municipalidad provincial no solo demoró lo que quizo en pagarles, sino que además les sacó una tajada de su premio “por gastos de envío” y otras malcriadeces. También a ellos les deben miles de soles por el expediente de una obra construida e inaugurada hace más de un año.

Otro amigo acaba de sufrir el robo de su propiedad intelectual, por un proyecto que terceros replican sin su autorización. A él mismo la Municipalidad de Surco lo cerró con 10 mil soles hace dos años.

Para la última casa que he diseñado y construido, en Lurín, fui extorsionado por el Sindicato de Trabajadores, para contratar a 2 personas (en la obra solo trabajaban 10). Lo tuve que hacer porque en esos días alguien había matado a un peón de la obra del costado, o sea que estos tipos eran serios. “Si no quiere no hay problema arquitecto, tenemos abogados, policías, funcionarios municipales…”. En este país se paga para poder trabajar honradamente, con lo cual ya te estás embarrando. Si no has sido estafado del algún modo no has pagado derecho de piso. Y hay que poner cara de que todo bien, de que el boom de la construcción es lo máximo porque hay trabajo para todos. Uy si, se gana bien. Ah si, todos respetan a los arquitectos.

En los barrios de Lima, las personas que quieren expresarme algún afecto me dicen “Ingeniero”. Cuando les digo que no, que soy arquitecto, me responden: “Bueno, está bien Ingeniero”. En realidad no tengo ningún título, así que no me hago problemas. Por esta misma razón el actual escándalo por el concurso del Museo Nacional no me afecta directamente (tengo -1 años de colegiado), pero para cualquiera que tenga que ver con la arquitectura, esto es algo frente a lo cual hay que decir algo. A veces me da vergüenza no tener el título, pero a veces siento que me daría mas vergüenza tenerlo.


Volviendo al libro, en dicha entrevista Riccioti escupe algunas perlas que nos dan un buen aliento para seguir peleando en esta cancha inclinada y sin árbitros que es el Perú en que nos toca jugar:


“La verdadera cuestión, la única interrogación fundadora que debe movilizar toda nuestra atención es determinar si tenemos o no la capacidad de transformar lo real. Desde ese momento en que el arquitecto sirve, como yo creo, para reconstruir el mundo, para construirle un futuro, me parece evidente que no puede haber arquitectura sin una dimensión política en emboscada… La política es el gemelo de la arquitectura… La aventura arquitectónica es antes que nada una aventura política de múltiples facetas: teórica, social, estética, estrechamente imbricadas para armar el trabajo del arquitecto. Es una cultura de combate que no busca el consenso.”

“Mejor ser un perro errante ávido de experiencias, un lobo hambriento, en vez de un perro de nido que espera el cebo picoteando con los pollos. Quiero saber lo que debo hacer. La energía de la lucha es para quemarse en el ring, no en el gimnasio corriendo en una caminadora, la mirada fija en una playa de decoración. Ya no finjamos, no mas máscaras. Vayamos hacia las cosas, al contacto simplemente”.

“Un diploma de arquitecto no es un caramelo para niños mimados, es una responsabilidad, una necesidad intelectual de batirse intelectualmente. La ciudad es un laboratorio poético para vivirse de cuerpo entero.”


“Hay que rechazar los argumentos imperialistas que hacen de todo proyecto arquitectónico una lápida en el centro de un supermercado… La arquitectura es un deporte de combate. Me di cuenta perfectamente en la obra del Louvre donde la adversidad burocrática era espantosa… Conmigo no pudieron, pues tuve mano de acero para que no me dejaran plantada la obra. Ahí está la prueba de que este oficio se hace a puño cerrado y no con la sonrisa melosa de la Gioconda. Todos mis colegas abandonaron o fueron echados por tiernos.”

Riccioti sigue despachándose con todo y termina haciendo un llamado a la grosería, a la vulgaridad, a la insolencia: “Prefiero pasar por un hocicón o que me juzguen vulgar, antes que sentirme atrapado por la trampa de una cortesía que huele a azufre.”


Entonces el entrevistador sorprende con el hallazgo de un tal René Richón, personaje que en una “Guía para jóvenes arquitectos” revela sus secretos para redactar cartas “para que no jodan clientes poco delicados, funcionarios territoriales retorcidos, despachos de estudios sospechosos y pasantes fascistas”, de las cuales nos regala algunos extractos muy copiables:

A un ingeniero experto en X:

Imbécil,
Vuelvo a usted por el asunto (…) en el que, a pesar del montón de nudos ciclópeos que ha creado, pude finalmente hacer que me pagaran, abandonando gracias a su peritaje felón la mitad de mis honorarios.
La excelencia de su timo en este asunto habría conducido a mi cliente, que no tiene ninguna cultura de trabajo, a hacer una lectura errónea de la situación, tras un año de trabajo que podría haberme pagado, y ahí toda su gloria.
La inteligencia de su prestación grotesca y caricaturesca me autoriza a asignarle el título merecido de gran idiota.
Evidentemente, resulta prudente evitar cruzar nuestros caminos en el futuro y, querido imbécil, le ruego ruegue por su alma.

Al presidente de un banco:

Señor,
¿Cómo le va? Imagino que sus vacaciones pagadas estuvieron bien. El confort del verano, asegurado de por vida por un salario garantizado por el pueblo, debe ser regocijante. El ser banquero de izquierda debe aumentar el placer de la buena consciencia debido a ese hooliganismo intelectual del que solo son capaces algunos poetas dadaístas.
Para regresar el tema que nos atañe, le recuerdo que desde hace un año he trabajado gratis para usted y eso parece no molestarle sobre manera (…)  Palabras no sostenidas en inercia sádica, debo decir finalmente, que cuando debería detestarlo, termino por encontrarle el encanto que se le atribuye a los padrotes en las películas policiacas. Para resumir, me debe mucho dinero y yo le reclamo un poco. ¿Qué hacemos?
Sé que el desprecio a la creación, al trabajo, a los trabajadores y a la vida de las pequeñas empresas es la estrategia ideal para triunfar en una banca popular transformada en capitalista y especulativa, que los valores han cambiado. Relea el sociólogo de la ultra izquierda Jean Braudillard en La conjura de los imbéciles, explicando cómo los valores de la derecha se volvieron los de la izquierda y visceversa. Así nació una nueva raza de banqueros, a las izquierda para la buena consciencia y ultra indiferente a los valores del trabajo como consciencia política. ¡La clase! Ahora, dígame lo que puedo hacer a la banca social para no seguir en la calle con este proyecto. ¿Una pequeña felación acaso?

A un responsable de una institución pública:

Señor,
A la mano su mercado de dirección de obra de (fecha). Este presenta las siguientes condiciones: (…) Retraso en la aprobación del contratista rebasando los cuatro días laborables, sea el 15/100 del costo por día laborable desde la aprobación del contratista, lo que permitirá únicamente en ese puesto, con seis días de retraso sobre el permiso, borrar la totalidad de los honorarios del desgraciado arquitecto… etcétera.
Quiero admitir que mi cara de ladronzuelo y mi acento mestizo ameritan poca consideración, pero este contrato escandaloso y despectivo no encarna la idea que me he hecho del Estado, de la democracia y de la cultura. Quiero admitir que los deseos autoritarios pueden llevarnos a ese delirio psicopático, paranoico y torturador, pero me niego a dejarme dar por el culo con la sonrisa sardónica de la Gioconda sin protestar siquiera. En consecuencia, le pido buscarse al chivo expiatorio que pueda someter a su merced, desplumar a su antojo, dócil y sodomizable frontalmente en otro lado que no sea mi despacho.
Mientras tanto lo abrazo al modo de los comandos navales (¿o nasales?)
Quiero renunciar a los exorbitantes 20 000 euros de honorarios por toda esta misión y asi no firmar nada y trabajar gratuitamente, lo que me saldrá menos caro.
Respetuosamente…   

Finalmente, una del propio Riccioti

Querido presidente,
Más allá de la incompetencia en la dirección de obra, interna en su organismo, y mas allá de su facultad de molestar permanentemente desde el origen de la operación, parece que no ha comprendido para nada que no pienso pedirle permiso para tomar fotos, filmar o comunicar el fruto de mi trabajo. Hoy otra vez, en un clima de histeria y de violencia dignas de una película de acción militar o nuclear, y de paranoia total, sus servicios intervinieron para impedir la toma de imágenes. Esas imágenes las toma la gran cineasta Laetitia Masson, cuyo refinamiento cultural está a mil leguas del suyo.
Laetitia Masson, con sus propios medios y con mi acuerdo, procede a la producción de una memoria de imágenes de mis obras. Su mirada y su presencia honran mi trabajo y se lo reconozco particularmente.
Ninguna dirección de obra ha puesto tantas trabas a este tipo de ejercicio cultural como la suya. En tanto esa agresividad no es nueva, cambio por tanto mi posición sobre los derechos de la imagen y le confirmo que no cedo ninguno sobre ninguna parte del proyecto.
Debo añadir que lo que me molesta mas es la profunda vulgaridad y estupidez renovadas de sus servicios en este tema.
Tengo, pues, la intención de pedirle a Jean-Pierre Mocky que venga a filmar en este museo, sin su autorización, una escena pornográfica entre Laetitia Masson y yo.
Amablemente.
Rudy Riccioti. 



Y termino con lo aprendido. A los del Ministerio de Cultura y el CAP:

Despreciables imbéciles,

Renzo Piano y Richard Rogers tenían 33 y 37 años respectivamente cuando ganaron el concurso internacional del Centro Pompidou, obra que revolucionó la arquitectura, de la que seguramente ustedes no tienen la menor referencia, a pesar de tener a su cargo un ministerio (el de cultura) y un colegio profesional (de arquitectos). La corta edad o la inexperiencia no son enemigas de las buenas ideas.

La diferencia entre el concurso del Pompidou y el concurso del Museo Nacional es que el primero fue parte de un proceso de transformación cultural importante para todo un país, y el segundo es solo producto de última hora de sus ansias y de las de algunos miserables más por satisfacer el antojo del presidente de turno (si Alan tuvo su Teatro, Humala quiere su Museo) sin quedar mal con algunos arquitectos poderosos que exigen este procedimiento.

Es comprensible que desconfíen de un gremio que en los últimos años (mas de 10 definitivamente) no ha hecho absolutamente nada por la cultura, pero podrían al menos mantener las esperanzas y dar una oportunidad. Nadie espera una genialidad porque para eso en arquitectura hace falta también un cliente inteligente y un proceso con contenido, cosas que no esperamos de ustedes, pero un concurso decente colaboraría en iniciar un debate alrededor de la arquitectura y la cultura, lo que podría constituir un mínimo aporte para su nefasta gestión . La experiencia construyendo casas de playa para retrasados mentales y edificios de viviendas para delincuentes de saco y corbata que creen que ahí vivirán ratones, no asegura que los arquitectos seamos capaces de dar el soporte intelectual y artístico necesario para hacer del museo nacional un proyecto digno de nuestro muy respetable presidente, pero un poquito de fe de su parte no vendría mal a la alicaída existencia de 16 mil colegiados.

Respecto al “reconocimiento público”, si es en “Combate”, “Esto es Guerra” o algún otro programa a la altura de su gestión, con toda alegría trabajaremos gratis para ustedes.

El escándalo que se ha armado no debe preocuparles. No vamos a preguntar si el Museo Nacional es parte de alguna política cultural, mucho menos si incluirá la regeneración del entorno. Jamás querremos ocupar sus puestos. Solo pedimos que nos dejen diseñar ese edificio, que nos paguen por ello, y que no nos discriminen por ser jóvenes talentosos y combativos con ganas de cambiar la realidad.

Atentamente,
Yoni Pacheco