Ante el impacto
de ese mundo espectacular sobre el urbanismo ya se revelaba Jane Jacobs, quien
en la introducción a “Muerte y vida de las grandes ciudades americanas” (1961),
escribió: “para exponer unos principios diferentes, voy a escribir esencialmente
sobre cosas corrientes y vulgares (…) escribiré sobre cómo funcionan las
ciudades en la vida real”. Es, pues, de aquellas pequeñas y simples cosas de
lo que está hecha la ciudad que ella defendía en su libro y en su vida
cotidiana como activista urbana, dedicada a enseñarnos que la ciudad está en
las aceras, no en los grandes edificios.
“Cómo hablar
de esas ´cosas comunes´, más bien cómo acorralarlas, cómo hacerlas salir,
arrancarlas del caparazón al que parecen pegadas, cómo darles un sentido, un
idioma: que hablen por fin de lo que existe, de lo que somos”, se
preguntaba Georges Perec en la introducción a “Lo infraordinario” (1989).
Martín Heidegger
dedicó buena parte de su trabajo a desarrollar el concepto de habitar como “ser
en el mundo” (“Construir, habitar, pensar”, 1951). “La existencia es
espacial”, decía. Henri Lefebvre (“La producción del espacio”, 1974) afirma
que “Un espacio debe considerarse un producto que se consume, que se
utiliza, pero que no es como los demás objetos producidos, ya que él mismo
interviene en su producción. Cada sociedad produce su espacio, y es producida por este”. Por tanto, “si quieres cambiar una sociedad, tienes que
cambiar su espacio”.
Para Walter Benjamin
(“La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica”, 1936), el espacio
es lo más cotidiano, y la
arquitectura representa
“el prototipo de una obra de arte cuya recepción se consuma
en la colectividad en estado de
distracción”. La
arquitectura siempre está ahí, es demasiado cotidiana, lo que dificulta que sea
apreciada plenamente por sus “usuarios”, los ciudadanos que habitan (y
producen) la ciudad. Más aún en un contexto como el nuestro, en el que la
ciudad está en constante mutación. Como señala Saskia
Sassen (“¿Hablan las ciudades?”, 2014), “Las ciudades son sistemas complejos,
pero siempre son sistemas incompletos. En esa condición reposa la posibilidad
de hacer”.
La arquitectura
puede hacer. Frente a la ciudad espectacular, una ciudad "infraordinaria". Es el
reto que tenemos los urbanistas en estos momentos de inevitable cambio de
paradigmas en la planificación y el diseño de las ciudades, anunciado por
tantos con tanta anticipación, pero postergado hasta esta nueva crisis que ha
destapado problemas que no son nuevos. La arquitectura puede hacer. Frente a un
urbanismo de lo que quisiéramos ser (importado, alienado, colonialista), un
urbanismo de lo que somos, en nuestro idioma, con sentido propio. Producir
nuestro propio espacio y nuestro propio conocimiento sobre él.
Para esto se
necesita un cambio en la mirada, asociado a un cambio de escala y un cambio en
el ritmo. Volver al barrio, al día a día de las personas, al ras del suelo,
sin prisas. A los peatones, a los niños, a los espacios residuales donde la
vida se abre paso.
2. De la
táctica a la estrategia.
Tras el auge de
la arquitectura espectacular de los 90s, que contribuyó a las crisis económicas
en muchos países y alejó, nuevamente, a la profesión de la sociedad, se vive en
los últimos años una vuelta a lo cotidiano.
Entre diversas
aproximaciones, aparece el “urbanismo táctico”, una forma rápida y económica de
intervenir en la ciudad. Son muy famosas las imágenes del Times Square antes y
después. El parklet, la ciclovía, la pista pintada de colores, el pallet, el
macetero, inundan las imágenes de los proyectos urbanos actuales. Este enfoque,
que viene siendo adoptado por muchos municipios en todo Latinoamérica, es
promovido y financiado por grandes instituciones globales como la ONU y el BID.
Calle, espacio
público, pequeña escala, bajo presupuesto, ciudadanía, comunidad, acción,
participación, transformación, cambio, colaboración, aprendizaje, redes,
activo, atractivo, espontáneo, experiencia, experimental, temporal… Todo suena
muy bien. Pero una revisión crítica de los proyectos realizados en nuestro
medio nos devuelve a Debord y a la pregunta ¿será este conjunto de palabras más
bien una serie de imágenes que median nuestras relaciones sociales?
El urbanismo
táctico es, en teoría, el primer paso del placemaking, una intervención
temporal que no modifica el tejido urbano, es decir, que no genera cambios
estructurales, pero que apuesta por preparar el terreno para provocarlos
mediante una metodología de prueba y error, un “urbanismo en beta permanente”
(Paisaje Transversal, 2018). El placemaking podría ser traducido como “haciendo
espacio”, y emparentarse con la idea de producción del espacio de Lefebvre.
Pero la cultura de la inmediatez y de la imagen hace que en muchos casos se olviden los procesos
y solo se repliquen las formas resultantes, acríticamente. Así, el placemaking,
limitado al urbanismo táctico, viene siendo reducido a una mera producción de imágenes.
La aparente
“vuelta a la realidad” del urbanismo, ¿será más bien su último nuevo alejamiento?
Veamos ¿Cuántas de estas intervenciones generan transformaciones reales y
sostenibles? ¿Por qué no se suele hacer seguimiento a estos proyectos para
analizar lo que pasa tiempo después de la intervención? ¿Por qué nos contentamos
con solo las fotos del proceso previo y del primer producto, si falta lo más
importante, que es su consolidación? ¿Estamos produciendo espacios, o
fotografías del instante? ¿Nos preocupa la realidad, o su representación en
imágenes? Algunos se han referido a este fenómeno como “urbanismo de Instagram”,
una seductora invitación a quedarnos en el parche cosmético y no hacer los
cambios estructurales que se requieren para combatir un modelo de ciudad que,
entre otras cosas, promueve la fragmentación y cada vez mayores desigualdades.
¿Cómo evitar que
las buenas intenciones de obtener resultados inmediatos reduzcan de esta manera
el potencial del trabajo de arquitectos y urbanistas? ¿Cómo evitar ser devorado
por el espectáculo en un mundo espectacular?
Hacer de la
táctica, estrategia. Esto es, completar el proceso respetando la teoría. Ser
rigurosos y no quedarnos solo en los eslóganes. La clave, ya que hablamos de
espacio y de procesos, está en la escala y en el tiempo. Se requieren proyectos
multiescalares y multitemporales. Es decir, lo macro y lo micro, el largo plazo
y lo inmediato, todo a la vez, retroalimentándose.
Acciones concretas enmarcadas en planes y visiones de futuro, siempre de ida y
vuelta entre lo posible y lo deseable, entre lo ideal y lo urgente.
Para poner en
práctica estas reflexiones, resultan útiles tres herramientas que hemos ido probando y
ajustando en diferentes proyectos urbanos realizados durante los últimos años (CCC,
2017-2019):
- Sistema
Urbano Integrador: Cada barrio, entendido como "Unidad Territorial de Gestión" (ConUrb 2020),
debe contar con una visión de desarrollo compartida por todos sus habitantes, estructurada
en un sistema en el que los diferentes proyectos se relacionan gracias a una
narrativa común. Este instrumento abarca lo físico, lo social y lo institucional, enfrentando la
problemática del territorio de manera integral y estratégica.
- Proyecto
Palanca: Los diferentes proyectos que estructuran el sistema del PUI deben
tener jerarquías y temporalidad, de modo que la ejecución de unos desata las
fuerzas que posibilitan a los otros. Para activar el sistema es necesario saber
dónde aplicar el impulso inicial. El objetivo es que con un esfuerzo concentrado y coordinado (por no decir mínimo) se
pueda apalancar todo el proceso.
- Proyecto Semilla: A veces no se tiene la suficiente
fuerza para completar de una vez un proyecto palanca, o se duda sobre dónde y
cómo aplicarla. Para probar se debe realizar una acción estratégica mínima, un gesto simbólico, una provocación que
genere el deseo y la necesidad colectiva del proyecto, demuestre su potencial y
verifique las hipótesis del diseño. Es el equivalente a la intervención
táctica, pero concebida orgánicamente: un proyecto semilla está vivo y depende
del cuidado que se tenga para que crezca y no muera.
Su
interrelación es libre. No es necesario tener un SUI perfectamente terminado
para hacer un proyecto palanca, pues este plano-visión ha de ser una obra
abierta, como la ciudad. El palanca puede ayudar al diagnóstico del SUI. Del
mismo modo, el semilla puede encontrar elementos que re-estructuren el palanca.
3. Urbanismo
generativo y Arquitectura potencial.
En vez de colocar una primera piedra, sembrar
una semilla.
La ciudad como un jardín, el arquitecto como
jardinero.
Brian Eno, en una conferencia en la Serpentine
Marathon (2011) explicaba sobre su obra: “hacemos música en el mismo modo en que se hace un
jardín, cuidadosamente seleccionando semillas, sembrándolas cuidadosamente y
entonces, permitiéndoles tener vida propia, y la vida no es necesariamente lo
que tu pensabas para ellas”. Agrega que trabaja “no obsesivamente pendiente en como las cosas se
verán, o sonarán, (…) deliberadamente me sitúo como alguien de la audiencia, de
forma de verme sorprendido por ellas también.” Y recomienda que “la
habilidad que poseemos para controlar, debe ser equilibrada por la habilidad
para renunciar”.
7 million paintings, Brian Eno.
¿Cómo renunciar al poder sin perder potencia? ¿Cómo
ser potente sin abusar del poder? Decía Constant Niewenhuys sobre la ciudad
utópica de los situacionistas: “Yo no soy diseñador sino un mero provocador.
Me limito a hacer sugerencias. Lo que se ha definido es el concepto
de Nueva Babilonia, no su forma física.” Y los integrantes de Ou.Li.Po.
(Taller de Literatura Potencial) sobre ellos mismos: “somos ratas que
construyen el laberinto del cual se proponen salir”.
---------------------