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viernes, 2 de octubre de 2020

MULTIESCALARIDAD Y MULTITEMPORALIDAD EN LOS PROCESOS DE REGENERACIÓN URBANA

 Javier Vera Cubas

02.10.20 *

  

1. Urbanismo de lo cotidiano. Ciudades para la gente.
 
En su premonitorio texto de 1964 “La sociedad del espectáculo”, Guy Debord denuncia que “Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación.” ¿Qué es el espectáculo? “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes.”




Ante el impacto de ese mundo espectacular sobre el urbanismo ya se revelaba Jane Jacobs, quien en la introducción a “Muerte y vida de las grandes ciudades americanas” (1961), escribió: “para exponer unos principios diferentes, voy a escribir esencialmente sobre cosas corrientes y vulgares (…) escribiré sobre cómo funcionan las ciudades en la vida real”. Es, pues, de aquellas pequeñas y simples cosas de lo que está hecha la ciudad que ella defendía en su libro y en su vida cotidiana como activista urbana, dedicada a enseñarnos que la ciudad está en las aceras, no en los grandes edificios.

“Cómo hablar de esas ´cosas comunes´, más bien cómo acorralarlas, cómo hacerlas salir, arrancarlas del caparazón al que parecen pegadas, cómo darles un sentido, un idioma: que hablen por fin de lo que existe, de lo que somos”, se preguntaba Georges Perec en la introducción a Lo infraordinario(1989).

Martín Heidegger dedicó buena parte de su trabajo a desarrollar el concepto de habitar como “ser en el mundo” (“Construir, habitar, pensar”, 1951). “La existencia es espacial”, decía. Henri Lefebvre (“La producción del espacio”, 1974) afirma que “Un espacio debe considerarse un producto que se consume, que se utiliza, pero que no es como los demás objetos producidos, ya que él mismo interviene en su producción. Cada sociedad produce su espacio, y es producida por este”. Por tanto, “si quieres cambiar una sociedad, tienes que cambiar su espacio”. 




Para Walter Benjamin (“La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica”, 1936), el espacio es lo más cotidiano, y la arquitectura representa “el prototipo de una obra de arte cuya recepción se consuma en la colectividad en estado de distracción”. La arquitectura siempre está ahí, es demasiado cotidiana, lo que dificulta que sea apreciada plenamente por sus “usuarios”, los ciudadanos que habitan (y producen) la ciudad. Más aún en un contexto como el nuestro, en el que la ciudad está en constante mutación. Como señala Saskia Sassen (“¿Hablan las ciudades?”, 2014), “Las ciudades son sistemas complejos, pero siempre son sistemas incompletos. En esa condición reposa la posibilidad de hacer”. 

La arquitectura puede hacer. Frente a la ciudad espectacular, una ciudad "infraordinaria". Es el reto que tenemos los urbanistas en estos momentos de inevitable cambio de paradigmas en la planificación y el diseño de las ciudades, anunciado por tantos con tanta anticipación, pero postergado hasta esta nueva crisis que ha destapado problemas que no son nuevos. La arquitectura puede hacer. Frente a un urbanismo de lo que quisiéramos ser (importado, alienado, colonialista), un urbanismo de lo que somos, en nuestro idioma, con sentido propio. Producir nuestro propio espacio y nuestro propio conocimiento sobre él.

Para esto se necesita un cambio en la mirada, asociado a un cambio de escala y un cambio en el ritmo. Volver al barrio, al día a día de las personas, al ras del suelo, sin prisas. A los peatones, a los niños, a los espacios residuales donde la vida se abre paso.


2. De la táctica a la estrategia.

Tras el auge de la arquitectura espectacular de los 90s, que contribuyó a las crisis económicas en muchos países y alejó, nuevamente, a la profesión de la sociedad, se vive en los últimos años una vuelta a lo cotidiano.

Entre diversas aproximaciones, aparece el “urbanismo táctico”, una forma rápida y económica de intervenir en la ciudad. Son muy famosas las imágenes del Times Square antes y después. El parklet, la ciclovía, la pista pintada de colores, el pallet, el macetero, inundan las imágenes de los proyectos urbanos actuales. Este enfoque, que viene siendo adoptado por muchos municipios en todo Latinoamérica, es promovido y financiado por grandes instituciones globales como la ONU y el BID.

Calle, espacio público, pequeña escala, bajo presupuesto, ciudadanía, comunidad, acción, participación, transformación, cambio, colaboración, aprendizaje, redes, activo, atractivo, espontáneo, experiencia, experimental, temporal… Todo suena muy bien. Pero una revisión crítica de los proyectos realizados en nuestro medio nos devuelve a Debord y a la pregunta ¿será este conjunto de palabras más bien una serie de imágenes que median nuestras relaciones sociales?

El urbanismo táctico es, en teoría, el primer paso del placemaking, una intervención temporal que no modifica el tejido urbano, es decir, que no genera cambios estructurales, pero que apuesta por preparar el terreno para provocarlos mediante una metodología de prueba y error, un “urbanismo en beta permanente” (Paisaje Transversal, 2018). El placemaking podría ser traducido como “haciendo espacio”, y emparentarse con la idea de producción del espacio de Lefebvre. Pero la cultura de la inmediatez y de la imagen hace que en muchos casos se olviden los procesos y solo se repliquen las formas resultantes, acríticamente. Así, el placemaking, limitado al urbanismo táctico, viene siendo reducido a una mera producción de imágenes.

La aparente “vuelta a la realidad” del urbanismo, ¿será más bien su último nuevo alejamiento? Veamos ¿Cuántas de estas intervenciones generan transformaciones reales y sostenibles? ¿Por qué no se suele hacer seguimiento a estos proyectos para analizar lo que pasa tiempo después de la intervención? ¿Por qué nos contentamos con solo las fotos del proceso previo y del primer producto, si falta lo más importante, que es su consolidación? ¿Estamos produciendo espacios, o fotografías del instante? ¿Nos preocupa la realidad, o su representación en imágenes? Algunos se han referido a este fenómeno como “urbanismo de Instagram”, una seductora invitación a quedarnos en el parche cosmético y no hacer los cambios estructurales que se requieren para combatir un modelo de ciudad que, entre otras cosas, promueve la fragmentación y cada vez mayores desigualdades.

¿Cómo evitar que las buenas intenciones de obtener resultados inmediatos reduzcan de esta manera el potencial del trabajo de arquitectos y urbanistas? ¿Cómo evitar ser devorado por el espectáculo en un mundo espectacular?

Hacer de la táctica, estrategia. Esto es, completar el proceso respetando la teoría. Ser rigurosos y no quedarnos solo en los eslóganes. La clave, ya que hablamos de espacio y de procesos, está en la escala y en el tiempo. Se requieren proyectos multiescalares y multitemporales. Es decir, lo macro y lo micro, el largo plazo y lo inmediato, todo a la vez, retroalimentándose. Acciones concretas enmarcadas en planes y visiones de futuro, siempre de ida y vuelta entre lo posible y lo deseable, entre lo ideal y lo urgente.

Para poner en práctica estas reflexiones, resultan útiles tres herramientas que hemos ido probando y ajustando en diferentes proyectos urbanos realizados durante los últimos años (CCC, 2017-2019):

- Sistema Urbano Integrador: Cada barrio, entendido como "Unidad Territorial de Gestión" (ConUrb 2020), debe contar con una visión de desarrollo compartida por todos sus habitantes, estructurada en un sistema en el que los diferentes proyectos se relacionan gracias a una narrativa común. Este instrumento abarca lo físico, lo social y lo institucional, enfrentando la problemática del territorio de manera integral y estratégica.  

- Proyecto Palanca: Los diferentes proyectos que estructuran el sistema del PUI deben tener jerarquías y temporalidad, de modo que la ejecución de unos desata las fuerzas que posibilitan a los otros. Para activar el sistema es necesario saber dónde aplicar el impulso inicial. El objetivo es que con un esfuerzo concentrado y coordinado (por no decir mínimo) se pueda apalancar todo el proceso.

- Proyecto Semilla: A veces no se tiene la suficiente fuerza para completar de una vez un proyecto palanca, o se duda sobre dónde y cómo aplicarla. Para probar se debe realizar una acción estratégica mínima, un gesto simbólico, una provocación que genere el deseo y la necesidad colectiva del proyecto, demuestre su potencial y verifique las hipótesis del diseño. Es el equivalente a la intervención táctica, pero concebida orgánicamente: un proyecto semilla está vivo y depende del cuidado que se tenga para que crezca y no muera.

Su interrelación es libre. No es necesario tener un SUI perfectamente terminado para hacer un proyecto palanca, pues este plano-visión ha de ser una obra abierta, como la ciudad. El palanca puede ayudar al diagnóstico del SUI. Del mismo modo, el semilla puede encontrar elementos que re-estructuren el palanca.

  

3. Urbanismo generativo y Arquitectura potencial.

En vez de colocar una primera piedra, sembrar una semilla.

La ciudad como un jardín, el arquitecto como jardinero.

Brian Eno, en una conferencia en la Serpentine Marathon (2011) explicaba sobre su obra: “hacemos música en el mismo modo en que se hace un jardín, cuidadosamente seleccionando semillas, sembrándolas cuidadosamente y entonces, permitiéndoles tener vida propia, y la vida no es necesariamente lo que tu pensabas para ellas”. Agrega que trabaja “no obsesivamente pendiente en como las cosas se verán, o sonarán, (…) deliberadamente me sitúo como alguien de la audiencia, de forma de verme sorprendido por ellas también.” Y recomienda que “la habilidad que poseemos para controlar, debe ser equilibrada por la habilidad para renunciar”.


7 million paintings, Brian Eno.

¿Cómo renunciar al poder sin perder potencia? ¿Cómo ser potente sin abusar del poder? Decía Constant Niewenhuys sobre la ciudad utópica de los situacionistas: “Yo no soy diseñador sino un mero provocador. Me limito a hacer sugerencias. Lo que se ha definido es el concepto de Nueva Babilonia, no su forma física.” Y los integrantes de Ou.Li.Po. (Taller de Literatura Potencial) sobre ellos mismos: “somos ratas que construyen el laberinto del cual se proponen salir”.



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* Escrito en agosto del 2020  para la publicación del Proyecto AMA Amancaes en el marco de la Maestría en Arquitectura y Procesos Proyectuales de la PUCP, en el que participé acompañando el proceso gracias a la invitación de la Arq. Claudia Amico.


jueves, 29 de agosto de 2013

DE UN ESPACIO INÚTIL (Georges Perec)*



En varias ocasiones he tratado de pensar en un apartamento donde hubiera una pieza inútil, absoluta y deliberadamente inútil. No se trataba de un trastero, no era una habitación suplementaria, ni un pasillo, ni un cuchitril, ni un recoveco. Habría sido un espacio sin función. No habría servido para nada, no habría remitido a nada

A pesar de mis esfuerzos me fue imposible llevar a cabo este pensamiento, esta imagen, hasta el final. El mismo lenguaje, me parece, se reveló incapaz de describir esa nada, ese vacío, como si solo se pudiera hablar de lo que es pleno, útil y funcional.

Un espacio sin función. No “sin función precisa”, sino precisamente sin función; no pluri-funcional (esto todo el mundo lo sabe hacer), sino a-funcional. Evidentemente no habría sido un espacio destinado únicamente a “liberar” los otros (cuarto trasero, armario empotrado, guardarropa, estanterías, etc) sino un espacio, repito, que no habría servido para nada.

A veces llego a no pensar en nada, y ni siquiera como el amigo Pierrot a la muerte de Luis XVI: de repente me doy cuenta de que estoy aquí, que el metro acaba de pararse y que tras abandonar Dugommier unos noventa segundos antes, aunque parezca imposible, ahora estoy en Daumesnil. Pero, en este caso, no he llegado a pensar la nada. ¿Cómo pensar la nada? ¿Cómo pensar la nada sin poner automáticamente algo alrededor de esa nada, lo cual produce un agujero, en el que rápidamente se va a poner algo, una práctica, una función, un destino, una mirada, una necesidad, una ausencia, un excedente…?

Traté de seguir con docilidad esta idea tan difusa. Y encontré muchos espacios inutilizables, y muchos espacios inutilizados. Pero no quería nada inutilizable, ni tampoco nada inutilizado, sino algo que fuera inútil. ¿Cómo prescindir de las funciones, los ritmos, las costumbres, cómo prescindir de la necesidad? Me imaginé que vivía en un apartamento inmenso, tan inmenso que nunca conseguía acordarme de cuántas piezas tenías (lo supe tiempo atrás, pero lo había olvidado y sabía que era demasiado viejo para volver a empezar un recuento tan complicado): todas las piezas servirían para algo, menos una. La cosa era encontrar esta última. En una palabra, no era más difícil que encontrar, en el caso de los lectores de La Biblioteca de Babel, el libro que tenía la clave de los demás. Efectivamente era algo muy próximo al vértigo borgesiano el hecho de querer representarse una sala reservada para la audición de la Sinfonía #48 en do, llamada Maria Theresa, de Josph Haydn, otra dedicada a la lectura del barómetro o a la limpieza de mi dedo gordo del pie derecho…

Pensé en el viejo príncipe Bolkonski que, cuando le inquieta la suerte de su hijo, busca en vano durante toda la noche de habitación en habitación, con una antorcha en la mano y seguido de su servidor Tikhone con unas mantas de piel, la cama donde al fin cogerá el sueño. Pensé en una novela de ciencia-ficción en la que la noción de hábitat habría desaparecido; pensé en otro relato de Borges (El Inmortal) en el que unos hombres que habían perdido la necesidad de vivir y de morir construyen palacios en ruina y escalera inutilizables; pensé en grabados de Escher y en cuadros de Magritte; pensé en una gigantesca caja de Skinner: una habitación enteramente negra, un único botón en una de las paredes; al apretar el botón aparece durante un breve instante algo así como una cruz de Malta gris sobre el fondo blanco…; pensé en las grandes pirámides y en el interior de la iglesia de Saenredam; pensé en algo japonés; pensé en el vago recuerdo que tenia de una texto de Heisenbuttel en el que el narrador descubre una pieza sin puertas ni ventanas; pensé en sueños que había tenido sobre el mismo tema, cuando descubría en mi propio apartamento una pieza que no conocía.

Jamás llegué a algo realmente satisfactorio. Pero creo que no perdí completamente el tiempo al tratar de franquear ese límite improbable: tengo la impresión de que a través de este esfuerzo se transparenta algo que podría tener estatuto de habitable… 


* Extracto de “El Apartamento”, en “Especies de Espacios” (1974)

domingo, 14 de abril de 2013

"ESPECIES DE ESPACIOS", de Georges Perec. PRÓLOGO *


El objeto de este libro no es exactamente el vacío, sino más bien lo que hay alrededor, o dentro. Pero, en fin, al principio, no hay gran cosa: la nada, lo impalpable, lo prácticamente inmaterial: la extensión, lo exterior, lo que es exterior a nosotros, aquello en medio de lo cual nos desplazamos, el medio ambiente, el espacio del entorno.


El espacio. No tanto los espacios infinitos, aquellos cuyo mutismo, a fuerza de prolongarse, acaban provocando algo que parece miedo, ni siquiera los ya casi domesticados espacios interplanetarios intersiderales o galácticos, sino espacios mucho más próximos, al menos en principio: las ciudades, por ejemplo, o los campos, o los pasillos del metropolitano, o un jardín público.

Vivimos en el espacio, en estos espacios, en estas ciudades, en estos campos, en estos pasillos, en estos jardines. Parece evidente. Quizás debería ser efectivamente evidente. Pero no es evidente, no cae por su peso. Es real, evidentemente, y en consecuencia es verosímilmente racional. Se puede tocar. Incluso se puede uno abandonar a los sueños. Nada, por ejemplo, nos impide concebir cosas que no serían ni las ciudades ni los campos (ni las afueras); o los pasillos del metropolitano que serían al mismo tiempo los jardines. Nada tampoco nos impide imaginar un metro en pleno campo (he visto ya incluso publicidad sobre este tema, pero -¿cómo decir?- era una campaña publicitaria. Lo que es seguro en todo caso, es que en una época, sin duda demasiado lejana como para que alguien de nosotros haya guardado un recuerdo suficientemente preciso, no había nada de esto: ni pasillos, ni jardines, ni ciudades, ni campos. El problema no es tanto el de saber cómo hemos llegado, sino simplemente reconocer que hemos llegado, que estamos aquí: no hay un espacio, un bello espacio, un bello espacio alrededor, un bello espacio alrededor de nosotros, hay cantidad de pequeños trozos de espacios, y uno de esos trozos es un pasillo de metropolitano, y otro de esos trozos es un jardín público; otro (aquí entramos rápidamente en espacios mucho más particularizados), de talla más bien modesta en su origen, ha conseguido dimensiones colosales y ha terminado siendo Paris, mientras que un espacio vecino, no menos dotado en principio, se ha contentado con ser Pontoise. Otro más, mucho más grande y vagamente hexagonal, ha sido rodeado de una línea de puntos (innumerables acontecimientos, la mayoría de ellos particularmente graves, han tenido su única razón de ser en el trazado de esta línea de puntos) y se decidió que todo lo que se encontraba dentro de la línea de puntos estaría pintado de violeta y se llamaría Francia, mientras que todo lo que se encontraba fuera de la línea de puntos estaría pintado de un color diferente (pero fuera de dicho hexágono no se tendía a colorear de un modo uniforme: tal trozo de espacio quería su propio color y tal otro quería uno distinto, de ahí el famoso problema topológico de los 4 colores, todavía sin resolver en nuestros días) y se llamaría de otra manera (de hecho, durante no pocos años, se ha insistido mucho en pintar en violeta – al mismo tiempo que se les llamaba Francia – trozos de espacio que no pertenecían al susodicho hexágono, e incluso a menudo estaban muy lejos, pero en general no se han consolidado demasiado).

En resumidas cuentas, los espacios se han multiplicado, fragmentado y diversificado. Los hay de todos los tamaños y especies, para todos los usos y para todas las funciones. Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse.  
  


Perec, Georges (1974). Especies de Espacios. Paris, Ediciones Galileo