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jueves, 29 de agosto de 2013

DE UN ESPACIO INÚTIL (Georges Perec)*



En varias ocasiones he tratado de pensar en un apartamento donde hubiera una pieza inútil, absoluta y deliberadamente inútil. No se trataba de un trastero, no era una habitación suplementaria, ni un pasillo, ni un cuchitril, ni un recoveco. Habría sido un espacio sin función. No habría servido para nada, no habría remitido a nada

A pesar de mis esfuerzos me fue imposible llevar a cabo este pensamiento, esta imagen, hasta el final. El mismo lenguaje, me parece, se reveló incapaz de describir esa nada, ese vacío, como si solo se pudiera hablar de lo que es pleno, útil y funcional.

Un espacio sin función. No “sin función precisa”, sino precisamente sin función; no pluri-funcional (esto todo el mundo lo sabe hacer), sino a-funcional. Evidentemente no habría sido un espacio destinado únicamente a “liberar” los otros (cuarto trasero, armario empotrado, guardarropa, estanterías, etc) sino un espacio, repito, que no habría servido para nada.

A veces llego a no pensar en nada, y ni siquiera como el amigo Pierrot a la muerte de Luis XVI: de repente me doy cuenta de que estoy aquí, que el metro acaba de pararse y que tras abandonar Dugommier unos noventa segundos antes, aunque parezca imposible, ahora estoy en Daumesnil. Pero, en este caso, no he llegado a pensar la nada. ¿Cómo pensar la nada? ¿Cómo pensar la nada sin poner automáticamente algo alrededor de esa nada, lo cual produce un agujero, en el que rápidamente se va a poner algo, una práctica, una función, un destino, una mirada, una necesidad, una ausencia, un excedente…?

Traté de seguir con docilidad esta idea tan difusa. Y encontré muchos espacios inutilizables, y muchos espacios inutilizados. Pero no quería nada inutilizable, ni tampoco nada inutilizado, sino algo que fuera inútil. ¿Cómo prescindir de las funciones, los ritmos, las costumbres, cómo prescindir de la necesidad? Me imaginé que vivía en un apartamento inmenso, tan inmenso que nunca conseguía acordarme de cuántas piezas tenías (lo supe tiempo atrás, pero lo había olvidado y sabía que era demasiado viejo para volver a empezar un recuento tan complicado): todas las piezas servirían para algo, menos una. La cosa era encontrar esta última. En una palabra, no era más difícil que encontrar, en el caso de los lectores de La Biblioteca de Babel, el libro que tenía la clave de los demás. Efectivamente era algo muy próximo al vértigo borgesiano el hecho de querer representarse una sala reservada para la audición de la Sinfonía #48 en do, llamada Maria Theresa, de Josph Haydn, otra dedicada a la lectura del barómetro o a la limpieza de mi dedo gordo del pie derecho…

Pensé en el viejo príncipe Bolkonski que, cuando le inquieta la suerte de su hijo, busca en vano durante toda la noche de habitación en habitación, con una antorcha en la mano y seguido de su servidor Tikhone con unas mantas de piel, la cama donde al fin cogerá el sueño. Pensé en una novela de ciencia-ficción en la que la noción de hábitat habría desaparecido; pensé en otro relato de Borges (El Inmortal) en el que unos hombres que habían perdido la necesidad de vivir y de morir construyen palacios en ruina y escalera inutilizables; pensé en grabados de Escher y en cuadros de Magritte; pensé en una gigantesca caja de Skinner: una habitación enteramente negra, un único botón en una de las paredes; al apretar el botón aparece durante un breve instante algo así como una cruz de Malta gris sobre el fondo blanco…; pensé en las grandes pirámides y en el interior de la iglesia de Saenredam; pensé en algo japonés; pensé en el vago recuerdo que tenia de una texto de Heisenbuttel en el que el narrador descubre una pieza sin puertas ni ventanas; pensé en sueños que había tenido sobre el mismo tema, cuando descubría en mi propio apartamento una pieza que no conocía.

Jamás llegué a algo realmente satisfactorio. Pero creo que no perdí completamente el tiempo al tratar de franquear ese límite improbable: tengo la impresión de que a través de este esfuerzo se transparenta algo que podría tener estatuto de habitable… 


* Extracto de “El Apartamento”, en “Especies de Espacios” (1974)

viernes, 31 de mayo de 2013

CHARLES CHAPLIN: el Vagabundo en la Ciudad

 “¿cuántos de nosotros
sabemos gozar del silencio,
esa gracia universal?”
Charles Chaplin
  

Una madre esquizofrénica. Un padre alcohólico, de los que un día simplemente se fueron. Así creció Chaplin, en medio de la pobreza urbana de Londres del cambio de siglo (XIX-XX). Las “penurias” del niño Chaplin tienen como escenario a la ciudad industrial, y luego, quizás como una manera de afrontar ese pasado, en sus películas se opone a ella, a la ciudad-máquina hecha solo para trabajar y dormir, jugando con una ciudad donde pasan cosas, donde hay vida en abundancia, y donde vagabundear para sobrevivir (ocupación oficial de su personaje) puede resultar una actividad, además de necesaria, placentera y hasta divertida.


Así, Chaplin construyó a su gran personaje: “Charlot”, este vagabundo ingenuo y sentimental vestido de gentleman que busca mejorar su vida sin lograrlo NUNCA… y en esa búsqueda, pues le pasan cosas (como no): situaciones deliciosamente diversas en las que nos hace reír con su toque tragicómico, critico y sutilmente conmovedor.

Tiempos modernos” comienza con su vida como un obrero en la fábrica, quien no soporta la presión de la rutina mecanizada en la que su función es ser una pieza mas de los engranajes del sistema de producción en serie. Se ha vuelto loco, dicen. “Recuperado de una depresión nerviosa, pero sin trabajo, sale del hospital para empezar una nueva vida”. En la calle. El azar, la cárcel, y de nuevo la calle.


Las escenas en el edificio del almacén son, en clave arquitectónica, deliciosas. ¡Cómo juega en cada uno de los espacios!  Y al fin una casa encontrada, su casa, que “claro que no es el Palacio de Buckingham”, pero es una casa con amor al fin y al cabo. Como dice Gastón Bachelard en “La Poética del Espacio”, “la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz”. Charlot sueña con encontrar trabajo y salir adelante.


En “El Pibe” podemos verlo inventarse el trabajo de las formas mas creativas y amorales. Siempre un poco de hambre verdadero. Siempre un gesto de ternura. Siempre una sonrisa y un digno silencio.


Charlot es un ícono no solo del cine, sino de la historia. Por muchos años fue mentado como el personaje más conocido no solo del mundo del arte sino del mundo en general.  Y es que es un héroe de nuestros tiempos que expresa una realidad viviente: Detrás de ese esforzarse por vivir luchando contra todo, hasta contra si mismo (su propia torpeza, su propia ingenuidad), está la imagen de EL CONSTANTE FRACASO DEL DESTINO HUMANO, PERO VIVIDO CON UNA COMICIDAD HERÓICA. Vemos, entonces, que hay un trasfondo filosófico y social que configura un poderoso cine de crítica.


En paralelo con este personaje tierno y cómico del cine, está el Chaplin real, perseguido por el conservadurismo americano que, en la guerra fría, lo acusara de comunista, y hasta de pedófilo, inventando todo tipo de escándalos con tal de encarcelar a este espíritu libre. Sus ideas progresistas enfurecían a los puritanos, para quienes es incómodo que los espíritus libres permanezcan libres. Hollywood lo termina expulsando.


Exiliado en Suiza, se dedica a musicalizar sus películas mudas. A pesar de la arremetida del cine sonoro, Charlot nunca habló, pues Chaplin siempre defendió la belleza del silencio como su poderoso medio de expresión, su única forma de protesta ante el mundo que le tocó observar.


El cine de Chaplin nos enseña que en medio del estrés de la vida moderna siempre puede haber espacio para la aventura y la libertad. Que podemos crear ciudades no solo para producir dinero con eficiencia, sino también para vivir, para estar, para recorrer con libertad… para que sucedan cosas: CIUDADES PARA EL VAGABUNDO, en todo el buen sentido “chaplinesco” de la palabra.

Mural en FITECA 2008 (La Balanza, Comas)


* Es conveniente aclarar que con el témino vagabundo no me refiere a un simple vago que no trabaja, sino al “errabundo” situacionista o al “flaneur” literario, que se mueve por la ciudad con un sentido errático, a la deriva, ejerciendo la libertad del andar en el espacio.

domingo, 14 de abril de 2013

"ESPECIES DE ESPACIOS", de Georges Perec. PRÓLOGO *


El objeto de este libro no es exactamente el vacío, sino más bien lo que hay alrededor, o dentro. Pero, en fin, al principio, no hay gran cosa: la nada, lo impalpable, lo prácticamente inmaterial: la extensión, lo exterior, lo que es exterior a nosotros, aquello en medio de lo cual nos desplazamos, el medio ambiente, el espacio del entorno.


El espacio. No tanto los espacios infinitos, aquellos cuyo mutismo, a fuerza de prolongarse, acaban provocando algo que parece miedo, ni siquiera los ya casi domesticados espacios interplanetarios intersiderales o galácticos, sino espacios mucho más próximos, al menos en principio: las ciudades, por ejemplo, o los campos, o los pasillos del metropolitano, o un jardín público.

Vivimos en el espacio, en estos espacios, en estas ciudades, en estos campos, en estos pasillos, en estos jardines. Parece evidente. Quizás debería ser efectivamente evidente. Pero no es evidente, no cae por su peso. Es real, evidentemente, y en consecuencia es verosímilmente racional. Se puede tocar. Incluso se puede uno abandonar a los sueños. Nada, por ejemplo, nos impide concebir cosas que no serían ni las ciudades ni los campos (ni las afueras); o los pasillos del metropolitano que serían al mismo tiempo los jardines. Nada tampoco nos impide imaginar un metro en pleno campo (he visto ya incluso publicidad sobre este tema, pero -¿cómo decir?- era una campaña publicitaria. Lo que es seguro en todo caso, es que en una época, sin duda demasiado lejana como para que alguien de nosotros haya guardado un recuerdo suficientemente preciso, no había nada de esto: ni pasillos, ni jardines, ni ciudades, ni campos. El problema no es tanto el de saber cómo hemos llegado, sino simplemente reconocer que hemos llegado, que estamos aquí: no hay un espacio, un bello espacio, un bello espacio alrededor, un bello espacio alrededor de nosotros, hay cantidad de pequeños trozos de espacios, y uno de esos trozos es un pasillo de metropolitano, y otro de esos trozos es un jardín público; otro (aquí entramos rápidamente en espacios mucho más particularizados), de talla más bien modesta en su origen, ha conseguido dimensiones colosales y ha terminado siendo Paris, mientras que un espacio vecino, no menos dotado en principio, se ha contentado con ser Pontoise. Otro más, mucho más grande y vagamente hexagonal, ha sido rodeado de una línea de puntos (innumerables acontecimientos, la mayoría de ellos particularmente graves, han tenido su única razón de ser en el trazado de esta línea de puntos) y se decidió que todo lo que se encontraba dentro de la línea de puntos estaría pintado de violeta y se llamaría Francia, mientras que todo lo que se encontraba fuera de la línea de puntos estaría pintado de un color diferente (pero fuera de dicho hexágono no se tendía a colorear de un modo uniforme: tal trozo de espacio quería su propio color y tal otro quería uno distinto, de ahí el famoso problema topológico de los 4 colores, todavía sin resolver en nuestros días) y se llamaría de otra manera (de hecho, durante no pocos años, se ha insistido mucho en pintar en violeta – al mismo tiempo que se les llamaba Francia – trozos de espacio que no pertenecían al susodicho hexágono, e incluso a menudo estaban muy lejos, pero en general no se han consolidado demasiado).

En resumidas cuentas, los espacios se han multiplicado, fragmentado y diversificado. Los hay de todos los tamaños y especies, para todos los usos y para todas las funciones. Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse.  
  


Perec, Georges (1974). Especies de Espacios. Paris, Ediciones Galileo