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lunes, 12 de octubre de 2020

CARTA PARA MI(S) PARQUE(S)

Javier Vera Cubas
03.08.20 *



El primer parque del que tengo recuerdos es el Parque Tradiciones de Miraflores. Nada concreto, pero siempre que paso por ahí aparecen escenas borrosas y tengo la sensación de haberlo disfrutado. La primera vez que vi a ese don Ricardo Palma sentado en una de las bancas, me pareció simpático y entendí el nombre del parque. Ahora tiene unas lomas que están muy bien, es lo mejor para los niños. El siguiente parque en mi memoria es la “Pera del Amor”, solo como una lejana referencia. Lo mencionábamos con mis amigos: “ahí arriba hay un parque”, y nos daba curiosidad su nombre. Pero donde sucedía todo era en los andenes del acantilado hacia la Costa Verde, entre Medalla Milagrosa, Marbella y la playa. Cazábamos lagartijas, saltábamos desde el punto más alto, trepábamos por las rocas, nos escondíamos. Ese cerro pelado y rocoso fue el parque de mi infancia. Hasta hoy sueño con ese lugar.

En Arequipa tuvimos una casa a unas cuadras del parque, y luego otra frente al mismo. Jugábamos futbol y frontón todo el día. Volábamos cometa, acompañaba a mis hermanos con su triciclo, paseábamos a nuestra perrita. Miraba desde el ventanal de nuestra salita de estudio, y si había algo, salía. Conocí mucha gente de todas las edades en ese parque. Unos meses antes de mudarnos, el parque amaneció cercado por un muro. No creo que lo hayan construido en una noche, pero así funciona la memoria. Contra la protesta de algunos vecinos, la mayoría decidió que quedara cerrado por seguridad. Mi ventana ahora daba a un muro, la reja de entrada con llave; al separar el parque de la calle, el barrio murió un poco. Había otro parque más arriba, con la típica caída inclinada por la que rodábamos. Ahí nos echábamos a conversar, y también enterramos a nuestra tortuga.

De vuelta a Lima, en Jesús María había un parquecito triangular. La casa de enfrente tenía engrasado su murito para que los jóvenes no se sienten a esquinear. Casi nunca había gente, pero con mis hermanos íbamos mucho, aunque a veces nos botaban porque “no era un parque para jugar”. También iba solo, a estar ahí, a leer cosas del cole, y recogía troncos con los que hacía armas para nuestros disfraces, y accesorios para mis juguetes. En Magdalena ya no había parques, la calle era la pista, la plaza no era un parque, y yo ya no era un niño. En San Miguel viví en un condominio, el grado cero de la ciudad. De vuelta a Miraflores pude disfrutar del malecón, un verdadero espacio público. Ahora en Barranco ya no tanto, porque los edificios lo han invadido y solo quedan pequeños retazos.

Soy arquitecto urbanista, y claro, hago parques, en otros cerros pelados. Vuelvo a los parques de mi infancia, que aún habito. La clave para diseñar un parque es no pretender controlar el resultado. Un parque no tiene que decirte qué hacer, solo provocarte a hacer cosas. Un parque no tiene instrucciones de uso. Te hace un ciudadano creativo porque cada día hay que reinventarlas colectivamente. Uno crea sus parques y luego estos lo hacen a uno. Pero el diseño, así entendido, puede potenciar muchas cosas. Y lo más importante: un parque no es una burbuja. Es el hermano blando de la calle, y viven juntos en el barrio.

¿Qué parques habitarán en mi hija? Si en mi infancia hubieran existido los Parques Bicentenario, ¿algo habría sido diferente? Probablemente no, porque mi vida cotidiana estaba en mi barrio. Pero quizás alguien nos habría contado de su existencia y un domingo podríamos haber ido, y seguro algo sorprendente hubiese ocurrido. Un parque puede transformar la vida de un niño para siempre. Pero para que haya más oportunidades de que eso suceda, el gran reto, y la gran dificultad, es que el parque sea un espacio cotidiano, como la calle y el barrio. 

Con esta carta quiero pedir que el Proyecto “Parques Bicentenario” al 2021 se amplíe a “Barrios Bicentenario” al 2024. Para que todos los barrios del Perú tengan al menos un parque público que potencie la vida de la calle, y esos parques estén llenos de niños que en 2050 puedan enviarles, desde cualquier lugar, cartas escritas paseando por los parques que habitaron y en los que fueron libres y felices.



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* Carta escrita por invitación del Proyecto Especial Bicentenario, en el marco de la campaña "Cartas para mi Parque", que busca promover la participación ciudadana en el proceso de construcción de los Parques Bicentenario en 26 ciudades del Perú al 2021.
Mas información sobre esta iniciativa, aquí: https://bicentenariodelperu.pe/cartas/











viernes, 31 de mayo de 2013

CHARLES CHAPLIN: el Vagabundo en la Ciudad

 “¿cuántos de nosotros
sabemos gozar del silencio,
esa gracia universal?”
Charles Chaplin
  

Una madre esquizofrénica. Un padre alcohólico, de los que un día simplemente se fueron. Así creció Chaplin, en medio de la pobreza urbana de Londres del cambio de siglo (XIX-XX). Las “penurias” del niño Chaplin tienen como escenario a la ciudad industrial, y luego, quizás como una manera de afrontar ese pasado, en sus películas se opone a ella, a la ciudad-máquina hecha solo para trabajar y dormir, jugando con una ciudad donde pasan cosas, donde hay vida en abundancia, y donde vagabundear para sobrevivir (ocupación oficial de su personaje) puede resultar una actividad, además de necesaria, placentera y hasta divertida.


Así, Chaplin construyó a su gran personaje: “Charlot”, este vagabundo ingenuo y sentimental vestido de gentleman que busca mejorar su vida sin lograrlo NUNCA… y en esa búsqueda, pues le pasan cosas (como no): situaciones deliciosamente diversas en las que nos hace reír con su toque tragicómico, critico y sutilmente conmovedor.

Tiempos modernos” comienza con su vida como un obrero en la fábrica, quien no soporta la presión de la rutina mecanizada en la que su función es ser una pieza mas de los engranajes del sistema de producción en serie. Se ha vuelto loco, dicen. “Recuperado de una depresión nerviosa, pero sin trabajo, sale del hospital para empezar una nueva vida”. En la calle. El azar, la cárcel, y de nuevo la calle.


Las escenas en el edificio del almacén son, en clave arquitectónica, deliciosas. ¡Cómo juega en cada uno de los espacios!  Y al fin una casa encontrada, su casa, que “claro que no es el Palacio de Buckingham”, pero es una casa con amor al fin y al cabo. Como dice Gastón Bachelard en “La Poética del Espacio”, “la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz”. Charlot sueña con encontrar trabajo y salir adelante.


En “El Pibe” podemos verlo inventarse el trabajo de las formas mas creativas y amorales. Siempre un poco de hambre verdadero. Siempre un gesto de ternura. Siempre una sonrisa y un digno silencio.


Charlot es un ícono no solo del cine, sino de la historia. Por muchos años fue mentado como el personaje más conocido no solo del mundo del arte sino del mundo en general.  Y es que es un héroe de nuestros tiempos que expresa una realidad viviente: Detrás de ese esforzarse por vivir luchando contra todo, hasta contra si mismo (su propia torpeza, su propia ingenuidad), está la imagen de EL CONSTANTE FRACASO DEL DESTINO HUMANO, PERO VIVIDO CON UNA COMICIDAD HERÓICA. Vemos, entonces, que hay un trasfondo filosófico y social que configura un poderoso cine de crítica.


En paralelo con este personaje tierno y cómico del cine, está el Chaplin real, perseguido por el conservadurismo americano que, en la guerra fría, lo acusara de comunista, y hasta de pedófilo, inventando todo tipo de escándalos con tal de encarcelar a este espíritu libre. Sus ideas progresistas enfurecían a los puritanos, para quienes es incómodo que los espíritus libres permanezcan libres. Hollywood lo termina expulsando.


Exiliado en Suiza, se dedica a musicalizar sus películas mudas. A pesar de la arremetida del cine sonoro, Charlot nunca habló, pues Chaplin siempre defendió la belleza del silencio como su poderoso medio de expresión, su única forma de protesta ante el mundo que le tocó observar.


El cine de Chaplin nos enseña que en medio del estrés de la vida moderna siempre puede haber espacio para la aventura y la libertad. Que podemos crear ciudades no solo para producir dinero con eficiencia, sino también para vivir, para estar, para recorrer con libertad… para que sucedan cosas: CIUDADES PARA EL VAGABUNDO, en todo el buen sentido “chaplinesco” de la palabra.

Mural en FITECA 2008 (La Balanza, Comas)


* Es conveniente aclarar que con el témino vagabundo no me refiere a un simple vago que no trabaja, sino al “errabundo” situacionista o al “flaneur” literario, que se mueve por la ciudad con un sentido errático, a la deriva, ejerciendo la libertad del andar en el espacio.