En
varias ocasiones he tratado de pensar en un apartamento donde hubiera una pieza
inútil, absoluta y deliberadamente inútil. No se trataba de un trastero, no era
una habitación suplementaria, ni un pasillo, ni un cuchitril, ni un recoveco.
Habría sido un espacio sin función. No habría servido para nada, no habría
remitido a nada
A
pesar de mis esfuerzos me fue imposible llevar a cabo este pensamiento, esta
imagen, hasta el final. El mismo lenguaje, me parece, se reveló incapaz de describir
esa nada, ese vacío, como si solo se pudiera hablar de lo que es pleno, útil y
funcional.
Un
espacio sin función. No “sin función precisa”, sino precisamente sin función;
no pluri-funcional (esto todo el mundo lo sabe hacer), sino a-funcional.
Evidentemente no habría sido un espacio destinado únicamente a “liberar” los
otros (cuarto trasero, armario empotrado, guardarropa, estanterías, etc) sino
un espacio, repito, que no habría servido para nada.
A
veces llego a no pensar en nada, y ni siquiera como el amigo Pierrot a la
muerte de Luis XVI: de repente me doy cuenta de que estoy aquí, que el metro
acaba de pararse y que tras abandonar Dugommier unos noventa segundos antes,
aunque parezca imposible, ahora estoy en Daumesnil. Pero, en este caso, no he
llegado a pensar la nada. ¿Cómo pensar la nada? ¿Cómo pensar la nada sin poner
automáticamente algo alrededor de esa nada, lo cual produce un agujero, en el
que rápidamente se va a poner algo, una práctica, una función, un destino, una
mirada, una necesidad, una ausencia, un excedente…?
Traté
de seguir con docilidad esta idea tan difusa. Y encontré muchos espacios
inutilizables, y muchos espacios inutilizados. Pero no quería nada
inutilizable, ni tampoco nada inutilizado, sino algo que fuera inútil. ¿Cómo
prescindir de las funciones, los ritmos, las costumbres, cómo prescindir de la
necesidad? Me imaginé que vivía en un apartamento inmenso, tan inmenso que
nunca conseguía acordarme de cuántas piezas tenías (lo supe tiempo atrás, pero
lo había olvidado y sabía que era demasiado viejo para volver a empezar un
recuento tan complicado): todas las piezas servirían para algo, menos una. La
cosa era encontrar esta última. En una palabra, no era más difícil que
encontrar, en el caso de los lectores de La
Biblioteca de Babel, el libro que tenía la clave de los demás.
Efectivamente era algo muy próximo al vértigo borgesiano el hecho de querer
representarse una sala reservada para la audición de la Sinfonía #48 en do,
llamada Maria Theresa, de Josph Haydn, otra dedicada a la lectura del barómetro
o a la limpieza de mi dedo gordo del pie derecho…
Pensé
en el viejo príncipe Bolkonski que, cuando le inquieta la suerte de su hijo,
busca en vano durante toda la noche de habitación en habitación, con una
antorcha en la mano y seguido de su servidor Tikhone con unas mantas de piel,
la cama donde al fin cogerá el sueño. Pensé en una novela de ciencia-ficción en
la que la noción de hábitat habría desaparecido; pensé en otro relato de Borges
(El Inmortal) en el que unos hombres
que habían perdido la necesidad de vivir y de morir construyen palacios en
ruina y escalera inutilizables; pensé en grabados de Escher y en cuadros de
Magritte; pensé en una gigantesca caja de Skinner: una habitación enteramente
negra, un único botón en una de las paredes; al apretar el botón aparece
durante un breve instante algo así como una cruz de Malta gris sobre el fondo
blanco…; pensé en las grandes pirámides y en el interior de la iglesia de
Saenredam; pensé en algo japonés; pensé en el vago recuerdo que tenia de una
texto de Heisenbuttel en el que el narrador descubre una pieza sin puertas ni
ventanas; pensé en sueños que había tenido sobre el mismo tema, cuando
descubría en mi propio apartamento una pieza que no conocía.
Jamás
llegué a algo realmente satisfactorio. Pero creo que no perdí completamente el
tiempo al tratar de franquear ese límite improbable: tengo la impresión de que
a través de este esfuerzo se transparenta algo que podría tener estatuto de
habitable…
*
Extracto de “El Apartamento”, en “Especies
de Espacios” (1974)
No hay comentarios:
Publicar un comentario