Por: Ezequiel Collantes y Javier Vera
Artículo publicado originalmente en la Edición #4 (2020) de la Revista Espacio y Sociedad:
https://espacioysociedad.cl/index.php/revistalatinoamericana/article/view/60
Disponible también en el Repositorio CONURB:
https://issuu.com/conurb_pucp/docs/30._produccio_n_de_rejas_y_muros_en_la_ciudad_archi
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Las rejas y muros se han generalizado en el paisaje urbano de Lima. Mediante estos dispositivos se ha generado un archipiélago urbano de islas e individuos encapsulados, percibiéndose el espacio público como un mar caótico cada vez más abandonado e inseguro. El objetivo de este artículo es analizar el fenómeno de las rejas y muros y proponer nuevas vías para hacer posible su retiro. La metodología empleada es el análisis urbano multiescalar, que va desde la escala territorial a la escala micro-urbana, para lo cual se apoya en un caso de estudio, el Proyecto Fitekantropus (La Balanza, Lima). El resultado del análisis muestra que las rejas y muros están presentes en todas las escalas de la ciudad y que estos dispositivos son producto de la inseguridad ciudadana, y al mismo tiempo productores de percepción de inseguridad que perpetúan los problemas estructurales de los que nacen. El caso de estudio demuestra que, proponiendo estrategias y tácticas urbanas a nivel estructural y específico simultáneamente, y actuando de manera multiescalar y transversal en lo físico y lo social, se generan las condiciones que hacen posible el retiro de rejas y muros.
INTRODUCCIÓN: ¿CÓMO VIVIREMOS JUNTOS?
Hashim Sarkis, curador de la XVII Bienal de Arquitectura de Venecia, señala en la convocatoria titulada “¿Cómo viviremos juntos?” la necesidad de un nuevo contrato espacial, una invitación a reflexionar críticamente sobre el habitar en cada uno de nuestros países.
Felipe Ferrer, con “Playgrounds, artefactos para interactuar”, propone enrejar a los visitantes del pabellón peruano. “Lo que debe llamarnos la atención es que el acto de enrejar está normalizado. La reja se ha convertido en un elemento arquitectónico por obligación, en un ruido de fondo. Por eso no nos damos cuenta de su impacto social” (El Comercio, 2019), afirma. José Orrego, director del concurso y comisario local de la Bienal, lamenta que “acostumbrados a los barrotes, los peruanos no nos damos cuenta de cómo la ciudad y sus espacios públicos van perdiendo la fluidez y la continuidad”, y agrega: “empezar a poner en evidencia el problema de cómo el espacio público es secuestrado en lugar de ser recuperado para la gente es algo que nos pareció muy pertinente” (El Comercio, 2019). Y concluye que “en su análisis, el arquitecto limeño sueña soluciones en las que las rejas se eliminan y los habitantes vuelven a apropiarse del espacio público” (El Comercio, 2019). Persiguiendo ese sueño, “Playgrounds” convoca a la ciudadanía a quitar las rejas de sus calles y enviarlas a la Bienal.
En Ayacucho ciudad de la sierra central que fuera la ciudad más golpeada por el conflicto armado interno de los años ochenta, el alcalde Yuri Gutiérrez, también arquitecto, se suma a la iniciativa y ordena retirar las rejas de la Plaza de Armas, de madrugada, a pocos días de la celebración del carnaval (una de las fiestas populares más importantes y concurridas del Perú). A la mañana siguiente, frente al espacio recuperado, se arma una intensa protesta contra esta decisión arbitraria de la autoridad. La gente defiende sus rejas por ser parte de su identidad, por proteger las áreas verdes, por ser parte del ornato. El alcalde finalmente declaró que “las rejas serán trasladadas para participar en la Bienal de Venecia en una exposición de arquitectura representando a Perú. Luego, retornarán en piezas de exposición”. (Diario Correo, 2020).
En “La sociedad del espectáculo”, Guy Debord denunciaba que “toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación” (Debord, 2003 p.7). El espectáculo, decía, “no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes” (Debord, 2003 p.8).Bajo esta perspectiva, el sueño del arquitecto limeño de eliminar las rejas parece la invitación a cometer un mero gesto espectacular, lejano a un verdadero nuevo contrato espacial que permita producir mejores espacios comunes.
Alrededor de este episodio ubicamos algunas de las interrogantes
que motivan el presente estudio. ¿
El objetivo del artículo es analizar el fenómeno de las rejas y muros (tipos, razones de su existencia y su influencia en la ciudad) y proponer nuevas vías para hacer posible su retiro o acondicionamiento. La metodología empleada es el análisis urbano multiescalar, que va desde la escala territorial a la micro-urbana, para lo cual se apoya en un caso de estudio, el proyecto Fitekantropus (2007-2020) desarrollado en La Balanza, Comas Lima.
La hipótesis de partida es que los muros y rejas son un elemento importante en la producción del espacio limeño, causa y consecuencia de una compleja problemática socioespacial, por lo que resulta ingenuo pensar que su retiro es fácil y suficiente para transformar la situación actual.
El artículo demuestra que es posible reducir el uso de rejas y muros y generar un espacio público seguro, proponiendo estrategias y tácticas urbanas que generen las condiciones para que su retiro se produzca, abordando el problema de los procesos urbanos desde lo estructural y lo específico del lugar simultáneamente, y actuando de manera multiescalar y transversal en lo físico y lo social.
ANTECEDENTES: INSEGURIDAD CIUDADANA EN LIMA
La inseguridad ciudadana es uno de los principales problemas que detecta la población de Lima (López, 2014), donde 6 de cada 10 habitantes afirman sentirse inseguros en la ciudad, y 5 de cada 10 en su barrio (Lima Cómo Vamos, 2017). El 80% de la población considera que la delincuencia es el principal problema que afecta su calidad de vida (Lima Cómo Vamos, 2014), y un 50% de encuestados opinan que, si los vecinos se ponen de acuerdo, tienen derecho a enrejar las calles para restringir el paso a los extraños (López, 2014).
Es comúnmente aceptado que el miedo al delito es un problema urbano (Skogan & Maxfield, 1981) y social (Liska et al., 1988) importante. Diversos estudios han confirmado que el miedo a la delincuencia altera la cohesión de los barrios (Nasar et al., 1993), fractura el sentido de comunidad y vecindad (Ross y Mirowsky, 1999), crea desconfianza interpersonal (Garofalo, 1981), rompe las relaciones sociales y el apego, conduce al aislamiento (Ross y Mirowsky, 2000), contribuye a una erosión del control y el orden social (Ross y Mirowsky, 1999), daña la imagen pública de una comunidad (Nasar et al., 1993; Skogan, 1992) y consecuentemente provoca la eliminación de los ojos en la calle y la vigilancia natural informal (Jacobs, 2011). El miedo al delito está íntimamente relacionado con el entorno social, las políticas públicas, la salud física y mental de la ciudadanía, y por supuesto, con el entorno construido, en el cual las rejas y los muros juegan un papel relevante.
Como señala Martínez-Lorea, “el espacio (…) debe considerarse un producto que se consume, que se utiliza, pero que no es como los demás objetos producidos, ya que él mismo interviene en su producción” (Martínez-Lorea, 2003 p.14). Por lo tanto, cada sociedad produce su espacio y es producida por este. Una sociedad preocupada, angustiada por la inseguridad, produce un espacio separado por rejas y muros, y estos elementos a su vez refuerzan la sensación de inseguridad. En la lógica de la producción del espacio, son causa y consecuencia de la forma en que habitamos la ciudad. En términos de Heidegger diríamos que habitamos las rejas, y las rejas nos habitan.
La consecuencia más directa de la aparición masiva de rejas y muros es el abandono del espacio público, debido a la reclusión. Esta renuncia al espacio público implica menor vigilancia natural, interacción social, actividad humana y movilidad peatonal en las calles, y por tanto provoca mayor percepción de inseguridad. A su vez, el aumento de la sensación de inseguridad incita a colocar más rejas y muros, originándose una retroalimentación ad infinitum. Por ser las rejas y muros dispositivos arquitectónicos que territorializan y median en el espacio urbano, recae en gran medida sobre los arquitectos y urbanistas la responsabilidad de entender el fenómeno y buscar alternativas ante su proliferación.
MATERIALES Y MÉTODOS:
La ciudad es un entramado complejo de componentes físicos, sociales, económicos, ecológicos y culturales, por lo que la arquitectura y el urbanismo son entes interdependientes a otros campos. Consideramos que ambos deben tener una capacidad de análisis crítica y profundizar en las causas e injusticias asociadas a su práctica. Por estas razones, el estudio cualitativo de las rejas y muros ha realizado un análisis de la vida cotidiana de forma interescalar en el continuo espacial cuerpo-casa-barrio-ciudad, considerando la seguridad como una variable transversal a los aspectos físicos de la ciudad (el espacio público y de relación, los equipamientos y servicios, la movilidad y la vivienda).
La idea de que el arquitecto, a través del espacio entendido como una materia geométricamente moldeable, es capaz de dirigir o controlar la experiencia del usuario, guiaba los planteamientos del Movimiento Moderno, que culminaría con la Carta de Atenas y su idea de zonificación: la ciudad debía ordenarse racionalmente según funciones abstractas, separadas y diferenciadas. Con la crítica humanista de la generación del Team X, el espacio arquitectónico pasó a concebirse bajo la idea de lugar: “un espacio ocupado, culturalmente afectivo, que ha sido cargado de significado” (Morelli 2012, p.116), un marco para la apropiación existencial en el tiempo, asociado al concepto de habitar como experiencia del sujeto que está-en-el-mundo. Posteriormente, con la influencia de los situacionistas y el post-estructuralismo, irrumpe la idea del evento: un espacio “indeterminado, sin juntas, que se define momentáneamente por situaciones específicas relacionadas al usuario (…) producto de una nueva noción de programa, no como unos usos específicos sino como un margen de acción sobre la estructura arquitectónica” (Morelli 2012, p.117). El espacio, entendido como un contenedor de situaciones potenciales, es activado por la generación de eventos.
Esta evolución en el tratamiento del espacio nos lleva a cuestionar aquellas posturas que aún creen que los problemas del habitar pueden resolverse únicamente con transformaciones espaciales dictadas desde arriba, desde la mirada del arquitecto planificador. Contra ello, Lefebvre proponía una nueva trialéctica del espacio (Lefebvre, 2003):
- Espacio concebido o las representaciones del espacio: Un espacio mental, abstracto, conceptualizado por los expertos (planificadores, arquitectos, urbanistas, geógrafos) a través de mapas, planos técnicos y discursos en los que usan signos, códigos y jergas específicas. Es el espacio dominante, ligado al orden en que relaciones de producción se imponen a través de la racionalización, la fragmentación y la restricción.
- Espacio percibido o las prácticas espaciales: El espacio social de la experiencia material y la realidad cotidiana. Es el principal secreto del espacio de cada sociedad (al que tienen acceso, por ejemplo, los artistas) ya que contiene el conocimiento acumulado con el que estas transforman su ambiente construido, directamente relacionado a la percepción de la gente respecto a su uso cotidiano (rutas, lugares de encuentro, etc.).
Para abordar la
problemática de las rejas y muros en Lima, urge salir de la caja del espacio
concebido para leerla desde el espacio vivido y
Si entendemos las rejas y muros como eventos, en lugar de simplemente objetos que separan espacios, habremos de indagar sobre las condiciones de aparición de dichos eventos. O dicho de otra manera, desde la perspectiva de la producción del espacio (Lefebvre, 2003), deberemos superar la idea abstracta de la línea que separa dos espacios (el espacio concebido). En este sentido, las rejas y muros son la evidencia física de un comportamiento humano y, por tanto, denotan cuestiones cognitivas y emocionales de la colectividad: sus deseos, miedos y conflictos. Las rejas y muros influyen y condicionan el comportamiento humano y por tanto las dinámicas de la ciudad. Se trata de analizar la reja y/o el muro como parte de un todo interrelacionado y no como artefacto independiente a todo lo que ocurre en la ciudad.
El análisis urbano multiescalar ha estado apoyado en un caso de estudio: el proyecto Fitekantropus en el barrio de La Balanza (Lima), un caso de conocimiento local en el cual los autores del artículo han participado activamente. El propósito del caso de estudio es explicativo, porque muestra las dinámicas comunes de la ciudad en un fragmento, y evaluativo, pues comprueba la validez de las hipótesis planteadas. La aproximación ha sido interpretativa (asume la complejidad de la materia y la estudia interpretándola) y retrospectiva (analiza la experiencia propia de los autores en relación al caso de estudio) (Thomas, 2011).
La Balanza, en la parte alta de la zonal 2 de Comas, es un asentamiento informal característico de la ciudad de Lima (figura 1), que ha crecido orientado por una planificación vecinal con cierto apoyo técnico y poca o nula participación del Estado, donde décadas de desigualdad urbana han generado diversos problemas socio-económicos e infraestructurales.
Grupos culturales surgidos de sus calles llevan décadas combatiendo la inseguridad ciudadana con actividades artísticas en el espacio público, apostando por la construcción de los Barrios Culturales (Figura 2). Esto ha traído una paz social duradera (superando problemas de pandillaje y otros), mayor interacción entre el vecindario y una nueva identidad de barrio (Saville & Cleveland, 1997).
El Proyecto Urbano Integral -PUI- (Vera, 2017) busca aportar territorializando el concepto de los Barrios Culturales mediante la producción de espacio público y equipamientos comunitarios. Como parte de la metodología de intervención, se han desarrollado una serie de “proyectos palanca”: la consolidación del corazón del barrio con la (re)construcción del Centro Cultural Comedor San Martín y la mejora del Parque Tahuantinsuyo, la extensión de un eje de conexión longitudinal con el Paseo de la Cultura FITECA, y una red de parques lúdicos a lo largo de un eje conector en la zona alta del barrio.
En estos proyectos se han aplicado diversas estrategias y tácticas para mitigar la percepción de inseguridad en el espacio urbano, que no consisten en el retiro inmediato de rejas y muros, sino en procesos que generan las condiciones para su retiro o transformación, basados en los conceptos propuestos por la teoría CPTED y las teorías del miedo al delito.
El análisis del caso de estudio demuestra que el proyecto Fitekantropus ha sido una experiencia exitosa en la reducción de inseguridad.
RESULTADOS: TIPOS DE REJAS Y MUROS EN LIMA
Las rejas y muros resultan ser dispositivos arquitectónicos que median en el espacio urbano y que se evidencian multiescalarmente. Así tenemos muros a diversos niveles:
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El territorio como
zonificación separadora:
La producción de rejas y muros a una escala territorial pertenece al espacio concebido (Lefebvre, 2003), una línea imaginaria y abstracta (una representación del espacio), una forma de zonificación que anhela una diferenciación física, social y simbólica de la ciudad. El conocido “Muro de la Vergüenza”, que separa Las Casuarinas (Surco) y Pamplona Alta (San Juan de Miraflores) es un ejemplo de ello. El argumento principal en la producción de este muro fue el de la seguridad, para limitar el crecimiento de la ciudad informal, evitando que invada “el otro lado” del cerro. Hay detrás una motivación social y simbólica, donde los “vecinos” de un lado quedan nítidamente diferenciados y protegidos de los “pobladores” del otro.[1]
Según el informe “Cómo vemos nuestra desigualdad” (CIUDADANO, J. C. V. O., 2013, p.3),
para los limeños, que existan barrios privados y
barrios pobres genera mayor desigualdad. Esto sugeriría que los limeños no
están conformes con la segregación urbana. Sin embargo (…) hay mayor aceptación
del uso de rejas en las calles y parques de los barrios de Lima siempre y
cuando haya un acuerdo entre vecinos (51.8%) en contraposición al derecho de
libre tránsito (45.9%).
Resulta llamativo que la población afirme estar contra la segregación, pero segregue poniendo rejas. Como explica Luis Rodriguez (Limápolis 2020), la desigualdad es relacional, y puede ser de tres tipos: directa, cultural-simbólica, o estructural. Aparentemente con la colocación de rejas y muros en espacios públicos los limeños ejercen la desigualdad directa sin ser conscientes de estar generando desigualdad estructural.
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El barrio, de espacio de
convivencia a ghetto de aislamiento:
El “cinturón de protección” crece de la casa al barrio, y el deseo de diferenciarse física, social y simbólicamente de las personas de nivel socioeconómico inferior se traslada también a esta escala. Ejemplo de ello son los condominios de los distritos pudientes como La Molina, cuya lógica de encerramiento es replicada en distritos populares como Los Olivos Estos recintos limitados por muros ciegos venden la idea de un oasis tranquilo dentro de la jungla que es la ciudad, dando como resultado la muerte de la calle, con la consecuente inseguridad propia de un lugar sin actividad humana. Lo mismo ocurre con la mayoría de equipamientos públicos a escala distrital y/o barrial (colegios, comisarías, centros de salud,hasta centros comerciales, que son en sí mismos un muro ciego), cuyos muros generan recintos hiper-seguros dentro y lugares del miedo y el delito fuera. En La Balanza por ejemplo, los colegios están rodeados por muros y las losas deportivas por rejas. La producción de un espacio defendible (Newman, 1972) al interior, es a su vez generador de un problema de inseguridad al exterior. La ciudad archipiélago se conforma por islas de seguridad rodeadas de un mar de inseguridad.
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La calle para todos
A escala de barrio, hay otro fenómeno protagonizado por la reja: la privatización de las calles. Nuevamente el argumento principal es el de la seguridad, con un cierto eco del “efecto condominio”. El primer paso fue la aparición de “tranqueras”, una estructura más simple y económica que cumplía la misma función de impedir la libre circulación, pero solo de automóviles. Al acentuarse se busca también impedir el paso de personas, y el artefacto se consolida en forma de reja, que posteriormente se complejiza asociándose con nuevos dispositivos como puestos de vigilancia y cámaras de seguridad. Se trataría de una evolución, no del objeto en sí, sino de la forma de pensar asociada a la seguridad. Podríamos plantear la hipótesis de quela reja aspira a ser muro, entendida esta como un estadio que viene de la tranquera y se dirige hacia el muro. Los vecinos que se organizan para poner rejas, optarían por construir muros si les fuera posible. Sienten que vivir protegido por muros da mayor seguridad que estar rodeado solo por rejas, dado que se impide, además del acceso, la visibilidad.
Sin embargo, también se puede hacer otra lectura de las calles “cerradas” de los barrios populares de Lima: las rejas parecen insinuar el anhelo del vecindario por generar espacios más peatonales, a escala humana (Gehl, 2006) y fomentar un espacio común (Delgado, 2008), generando una especie de “super-manzana”. La Balanza muestra diferentes casos de calles cerradas por el vecindario, que generan un espacio semi-público vecinal. Cuanto más habitamos un territorio, psicológicamente más confortable y familiar se nos hace, para lo cual es necesario generar una red territorial que incluye el espacio público, privado y los intermedios (Atlas, 1991). La reja, así, no buscaría aislar o segregar, sino delimitar para generar las condiciones que posibiliten ciertos usos y maneras de habitar el espacio urbano (niños jugando, personas hablando a la puerta de sus casas, etc), pero permitiendo la interrelación con el espacio público circundante.
Aquí podemos plantear una diferencia sustancial entre las rejas y muros: mientras las primeras territorializan posibilitando la vigilancia natural y la interrelación hacia el espacio público, los segundos generan un límite totalmente impermeable. Lógicamente, existen otros dispositivos arquitectónicos menos aparentes que las rejas para territorializar los espacios (pequeños cambios de cota o pavimentación, colocación de mobiliario urbano o bolardos, etc.), que como es comprensible, no son de común aplicación por las personas que autoproducen su espacio. En estas situaciones, donde la reja es un estadio intermedio en la transformación de la morfología urbana, es donde el papel de los arquitectos puede resultar relevante.
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La vivienda, de refugio
a fortaleza:
El edificio de vivienda mayoritario en Lima es de densidad baja o media. Estos suelen ser una especie de fortaleza, enrejada o amurallada, que alberga la unidad familiar (y/o un comercio), una “cápsula” para habitar, ya no solo protegida de un exterior considerado hostil, sino incluso aislada por muros ciegos. Sin embargo, al igual que en la escala barrial, las rejas parecen mostrar otro deseo, además del puramente defensivo: son generadoras de una gradación del espacio urbano, desde lo público a lo privado, generando espacios intermedios semiprivados y/o semipúblicos, interconectados entre sí. Este anhelo lo podemos observar también en la relación calle–casa (público-privado), mediante los retiros y jardines (semiprivados) de la arquitectura doméstica tradicional limeña. La reja juega aquí un rol territorializador que permite interacción hacia el espacio público y también una vigilancia natural (Jacobs, 2011) que mitiga la sensación de inseguridad, algo que podemos apreciar claramente en nuestro caso de estudio de La Balanza.
Al igual que en el caso de las calles semi-públicas, hay una diferencia entre rejas y muros: las primeras permiten una relación espacial interior-exterior, mientras que los segundos la anulan totalmente. Por ello los retiros que se cierran en la línea de calle con rejas en primera instancia, cuando son sustituidas por muros, hacen perder cualquier tipo de interacción con la calle posteriormente incluso siendo coronados con vidrios rotos, cercos eléctricos y/o cámaras de seguridad. En distritos como Surco o San Borja, viviendas ubicadas frente a amplios y muy bien cuidados parques, han preferido negar la relación visual con estos, y puede haber hasta 5 cámaras de seguridad internas, estratégicamente colocadas. En una segunda capa, puestos de vigilancia, más cámaras (municipales), y en una tercera, calles enrejadas. La casa: una fortaleza protegida por tres murallas.
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Objetos y pequeños
espacios, del uso a la
mera contemplación:
El deseo de protección mediante rejas es extremo en la escala microurbana. En cualquier zona de Lima encontramos rejas que pretenden proteger algún objeto o mobiliario urbano, como las que rodean los árboles, y enjaulan a los autos, imágenes de santos o juegos de niños en parques ya cerrados con rejas o muros. En estos casos la reja cobra valor en sí misma, aunque no cumpla ninguna función, es un elemento significante: parece que una obra está incompleta si no tiene su reja.
Como iniciativa privada, esto denota falta de confianza en los demás, ya que las rejas se colocan para proteger los objetos de “los otros”, vecinos irresponsables o peligrosos. La confianza vecinal es primordial para mitigar la percepción de inseguridad en la ciudad (Merry, 1981), ya que es la manera en la que se generan lazos, códigos de conducta compartidos, orden social y cohesión.
Como obra pública, se trata en muchos casos de muestras de corrupción[2], validadas mediante la frase popular “roba pero hace obras”. Un caso paradigmático es el del distrito de Chorrillos, donde Augusto Miyashiro permaneció en el poder 5 periodos (20 años), durante los cuales enrejó obsesivamente los espacios públicos. Hoy no hay losa deportiva sin reja (la mayoría en pésimo estado), y en las avenidas principales pueden verse rejas de “protección” hasta para las bermas centrales, con más rejas dentro para cada árbol y arbusto. Esta preocupación por las rejas era en realidad uno de sus negocios. A día de hoy, el ex alcalde está sentenciado a 4 años de cárcel por delito contra la administración pública y negociación incompatible.
Otro caso es el de las pequeñas áreas verdes, tanto públicas como privadas. Según Willy Ludeña (2013), el “verde estético” se ha impuesto al “verde social”. Los carteles de “no pisar” y “prohibido jugar”, son acompañados por rejas que impiden acceder al área verde, sustentadas en un discurso sobre las facilidades en su mantenimiento y el temor generalizado de que, sin ellas, dejen de ser verdes. La reja aquí es ambivalente: prohibitiva para las personas, cuidadora de las plantas. Así, los espacios públicos se van convirtiendo en meros espacios de contemplación: ver pero no tocar.
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Otras
Rejas simbólicas (sin sus cualidades materiales) aparecen en otros eventos de la dinámica urbana de Lima. En algunos casos se divide la playa pública del “balneario” privatizado por un muelle (Cerro Azul), y hasta una cuerda (Ancón). Funcionan tácitamente como rejas, infranqueables de uno u otro lado. En los casos más sutiles van acompañadas de personal privado cuya función es recordar a los distraídos que aquello es una reja, aunque no lo parezca, y que no se puede pasar. El fenómeno de las rejas y muros tiende a reducir la vida urbana a moverse desde un condominio cerrado o una vivienda-cápsula, a otros recintos cerrados como los malls, centros educativos o edificios de oficinas, evitando así pisar el espacio público (considerado suelo hostil) y mezclarse con “desconocidos”. Aparece el automóvil (otra cápsula) como nexo. El espacio que queda entre los diferentes recintos y cápsulas es únicamente de tránsito, un intermedio de mero flujo: un espacio público abandonado, de peor calidad y más inseguro.
Esto nos presenta una imagen de ciudad semejante a la propuesta por los situacionistas en su Teoría de la Deriva, graficada en proyectos como The Naked City o Guía psicogeográfica de Paris: “las ciudades presentan un relieve psicogeográfico, con corrientes constantes, puntos fijos y vórtices que nos disuaden de entrar o salir a ciertas zonas” (Debord, 1958 p.1). Las placas psicogeográficas de la ciudad subjetiva construida por los limeños, se constituyen a modo de islas de seguridad separadas por un mar de inseguridad, en lo que podríamos denominar una ciudad archipiélago. Para ir de una isla enrejada a otra amurallada (los espacios privados), el miedo al camino (el espacio público) lleva a una fe ciega en los automóviles privados
Como podemos observar existen diferencias entre las rejas y los muros. Ambos son elementos territorializadores y defensivos primarios, sin embargo, las rejas permiten la vigilancia natural y la interacción entre los diferentes espacios, mientras que el muro niega cualquier tipo de relación espacial. Esta diferencia es sustancial en la producción del espacio, ya que sólo las rejas permiten un espacio defendible, que a su vez produce espacios comunes (semiprivados a nivel barrial) o espacios intermedios (entre lo doméstico y la calle) que dotan de vigilancia natural e interacción al espacio público. Sin duda la presencia exacerbada de rejas es algo negativo para la dinámica urbana, sin embargo, los casos en los que se utilizan para generar espacios semi-públicos o semi-privados, nos indican que no todas son eventos negativos. En estos casos, las rejas son dispositivos de mediación que pueden llegar a generar una gradación positiva del espacio, desde lo privado a lo público.
DISCUSIÓN: ¿POR QUÉ PROLIFERAN LAS REJAS Y MUROS EN LIMA?
La producción de rejas y muros en Lima puede explicarse desde diversos enfoques:
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El modelo urbano
neoliberal a nivel global
En “La Ciudad Genérica”, Rem Koolhaas expone que lo genérico constituye el paradigma de la ciudad tardo-capitalista actual en su totalidad (Koolhaas, 2006), por lo que las ciudades se parecen cada vez más a un “no-lugar” (Augé, 1993), sin cualidades ni historia, donde la urbanidad es evacuada, y por tanto, el espacio público abandonado. Esto se debe en gran medida al individualismo y a las crecientes desigualdades sociales de las sociedades capitalistas, donde se establece una relación binaria de centro y periferia (De Cauter, 2004), entre ricos y pobres. Esta diferenciación geográfica, que se viene dando a nivel planetario en los últimos siglos (p.ej. países occidentales y sus colonias), se ha trasladado a las ciudades contemporáneas, dando pie a la “sociedad dual” (Davis, 1998). Los fenómenos de exclusión se evidencian a través de la fortificación y la militarización de los espacios (condominios, malls, etc.), que dan como resultado un urbanismo heterotópico (Foucault, 1997), un archipiélago de entidades insulares donde el espacio público -el resto-, se percibe caótico e inseguro. Cuanto más fea y sombría sea la realidad en el exterior, más dominará la realidad representada (Debord, 1964), también denominada “hiperrealidad” o “disneyficación” de la ciudad (Baudrillard, 1978), y más se entenderá el espacio público como algo que queda fuera del consciente urbano. Las rejas y muros se convierten así en “factor arquetípico de la arquitectura y el urbanismo del siglo XXI” (De Cauter, 2004 p.45), ya que son las herramientas que hacen posible estas entidades insulares “seguras”.
Para Keneth Frampton (2020, p.102), la arquitectura contemporánea hace parte de este modelo:
“Elevados en autopistas o en plataformas peatonales, o bien
secuestrados tras verjas de seguridad, nos vemos obligados a atravesar grandes
superficies de espacio urbano abstracto e inaccesible del que no podemos
apropiarnos (…), nos enfrentamos a plazas cuyo hipotético estatus público está
viciado por la vacuidad del contexto; o si no, se nos encauza por calles
vaciadas de toda vida pública”.
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La historia del Perú,
una sociedad fragmentada.
Perú arrastra a lo largo de sus 200 años de historia republicana, una serie de problemas estructurales (políticos, económicos, sociales y culturales) derivados de su condición post colonial, a los cuales se han referido muchos pensadores locales, desde José Carlos Mariátegui hasta Julio Cotler. Jorge Basadre (1968) los resume claramente: el Estado empírico y el abismo social. Ochenta años después, esta tesis sigue vigente. Las enormes desigualdades separan e impiden que se llegue a consolidar la nación como una unidad. Tal como hemos venido diciendo con Lefebvre, una sociedad fragmentada produce un espacio fragmentado, a la vez que un espacio fragmentado refuerza la fragmentación social.
La fragmentación está inserta profundamente en el imaginario colectivo peruano. Desde el descuartizamiento de Túpac Amaru a manos de la corona española (1781), a la explosión del cuerpo de María Elena Moyano por parte de Sendero Luminoso (1992): los cuerpos y los territorios, así como los anhelos de libertad, han sido históricamente separados. El “huaqueo”, la costumbre de recoger restos arqueológicos y llevarlos a casa, sin intentar reunir las piezas, es una especie de fetichismo del fragmento en el que subyace la esperanza de una mágica reunión. Esto nos lleva al mito andino del Inkarri, la muy extendida creencia de que los restos del inca, dispersos por los 4 suyos, se juntarán de nuevo y renacerá el Tahuantinsuyo.
Lefebvre (1969) afirmaba que la ciudad es la sociedad inscrita en el suelo. Lima es la materialización de la historia de fragmentación del Perú, y los dispositivos de esa fragmentación son la reja y el muro. Las rejas limeñas vienen de la tradición colonial, existe una estética popular de la reja, el muro es elemento importante de la arquitectura precolombina y ocupa un lugar en la reflexión proyectual de los arquitectos peruanos contemporáneos. Pero más allá de consideraciones objetuales, desde una dimensión simbólica, su posicionamiento como producto y productor de espacio en Lima data de los últimos 40 años (Chión, 2002).
En los ochenta, la guerra interna y la crisis económica generaron un clima de miedo y encierro generalizado. En los noventa, la dictadura fujimorista abrazada al modelo neoliberal reforzó el individualismo, la privatización y el aislamiento. La “ciudad genérica” se arraigó fuertemente en Lima, produciendo cada vez más fragmentación, con centralidades compuestas por espacios privados de uso público, como los malls, extremadamente protegidos por muros y rejas. En la década del 2000, el crecimiento macroeconómico contrastó con el aumento de la percepción de inseguridad ciudadana, consolidando nuevos miedos. Y durante la última década se ha evidenciado la crisis generalizada del espacio público, tras lo cual ha empezado a revalorarse y debatirse. En este proceso post desborde popular (Matos Mar, 1986), en el que se originaron las “nuevas Limas” gravitando en torno a un centro, se consolida una ciudad policéntrica (Ludeña, 2013), que no llega a conformar un sistema integrado: la ciudad archipiélago.
Se ha impuesto una suerte de ideología de la reja limeña: una fe ciega en que este artefacto protector y disuasivo reducirá la inseguridad liberándonos del contacto con el otro, a quien tememos, no sólo en tanto criminal, sino simplemente por ser diferente. La criminalización del “otro” parece justificar la proliferación de rejas en la ciudad. A menudo, con la excusa de la seguridad, se impide la libre circulación de personas ajenas al vecindario. Pablo Vega Centeno (2017) observa una nueva distinción entre “habitantes” y “transeúntes”: unos entran con llave, otros no son bienvenidos.
Las rejas y muros son, entonces, producto de una historia de discriminación, segregación y desigualdades, y entendidos acríticamente, pueden ser productores de su continuidad.
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¿Un mundo seguro, o un
mundo libre? La sociedad del riesgo
Las teorías que se basan en la hipótesis de la sociedad del riesgo, afirman que las sociedades actuales tienen sentimientos profundos de inseguridad o incertidumbre sobre la vida en general (Beck, 1992). Ese estado anímico generalizado provoca una especial sensibilidad hacia el miedo al delito en una sociedad cada vez más urbana. Este estado de “peligro” permanente que se refleja en la detección continua de amenazas, provoca miedo y ansiedad, y a su vez signos y comportamientos derivados, como la aparición de rejas y muros. La condición urbana implica siempre un nivel de riesgo (Borja, 2003), por lo que una ciudad-segura es un oxímoron, a pesar de que tratemos de mediarla con medidas de seguridad que eliminan las sorpresas y crean entornos predecibles. El miedo al delito y sus signos y comportamientos asociados, generan una peor calidad urbana, una pérdida relevante del potencial sociabilizador de la ciudad y la afectación del derecho a la ciudad (Lefebvre, 1969).
El miedo al riesgo de lo urbano parece disiparse viviendo en comunidad. Según Bauman, “ahí afuera, en la calle, acechan todo tipo de peligros (…) aquí dentro, en comunidad, podemos relajarnos, nos sentimos seguros” (Bauman 2003, p. 7-8). “La comunidad representa el tipo de mundo al que, por desgracia, no podemos acceder, pero que deseamos con todas nuestras fuerzas habitar” (Bauman 2003, p. 9). Pero “el privilegio de estar en comunidad tiene un precio (que) se paga con la moneda de la libertad” (Bauman 2003, p. 11). Lo que nos promete seguridad, parece privarnos de libertad.
Las contradicciones intrínsecas a la búsqueda de seguridad han llevado al mundo entero a construir vallas y muros en diferentes escalas, dividiendo países, regiones, ciudades, barrios y hasta calles. Pero todos ellos, lejos de traer la anhelada paz y tranquilidad, han intensificado los conflictos. Y una vez se construyen, no hay vuelta atrás: las consecuencias psicosociales son una huella imborrable. Los alemanes usan la expresión “mauer im kopf”: un muro que sobrevive durante un tiempo ilimitado dentro de la cabeza; e incluso hablan de "mauerkrankheit", la enfermedad del muro: tendencia la psicosis, esquizofrenia, fobias y un mayor riesgo de suicidios de la población que convive con muros y vallas.
- Arquitectura sin arquitectos, espacio público
sin Estado.
La exposición “Architecture without Architects” del MoMa de Nueva York (1962), curada por Bernard Rudofsky, mostraba un compendio de imágenes de arquitectura popular de todo el mundo, en las que se podía apreciar su riqueza artística, funcional y cultural, ideada y ejecutada por la propia población, sin la participación de arquitectos. Por entonces Lima se expandía desmesuradamente. Las barriadas, que ocupan el 70% de la ciudad (Matos Mar, 2012), se han producido a través del conocimiento, la inventiva y las leyes populares, como los casos expuestos en el MoMa. Una vez trazado el futuro espacio público, las tierras invadidas se parcelan y ocupan con pequeñas construcciones, que evolucionan hasta consolidar la trama urbana. Así, han ido generando sus propios códigos formales, contratos sociales y culturales, y su espacio. En este proceso de aprendizaje compartido, la población limeña ha empleado diversos dispositivos arquitectónicos, entre los cuales están las rejas.
Según Habraken (1998), el control es la capacidad que tienen las personas de transformar el entorno habitado. En los barrios populares limeños, donde la presencia del Estado es baja o nula y la intervención de arquitectos y urbanistas poco común, las rejas toman protagonismo en la producción del espacio. Como hemos ido anotando, las rejas son el dispositivo empleado por parte de la ciudadanía para generar espacios habitables compartidos y dotar de profundidad territorial (Habraken, 1998) a su entorno: generar espacios intermedios que van desde lo privado hasta lo público.
Ante la falta de control por parte del Estado, ciertas calles pasan a ser controladas por el propio vecindario, con el objetivo de producir un espacio común a escala humana, donde las diversas personas puedan interrelacionarse y realizar actividades protegidas del tráfico rodado. Este intento por crear un espacio semi-público parece mostrar el camino a arquitectos y urbanistas, para la creación de super-manzanas peatonales. Lo mismo se puede decir de los espacios semi-privados en los frentes de las viviendas. Más que una renuncia al espacio público, las rejas se convierten en una mediación entre lo doméstico y lo público: es el dispositivo que permite controlar el espacio exterior de la vivienda y vincularlo a un espacio público dotado de vigilancia natural.
Como vemos, no todas las rejas tienen un carácter negativo. Algunas parecen indicar el anhelo por generar espacios intermedios y comunes. Arquitectos y urbanistas deberían decodificar estas señales y generar dispositivos arquitectónicos alternativos a las rejas, elementos menos agresivos que cumplan la misma función sin la carga simbólica negativa, con el fin de consolidar estos espacios que dotan de riqueza espacial a los barrios. En el caso de estudio se trabajó con esta lógica: unas estructuras lúdicas cumplen la misma función que tendría una reja (figura 3), de impedir el paso de automóviles, pero sin cerrar el paso de las personas ni definir una línea que separe rígidamente exterior e interior. Se trata de un borde difuso y amable.
Durante las décadas de 1970 y 1980 se produjo un fuerte debate en torno al papel del urbanismo peruano, en un contexto de boom migratorio hacia Lima (Matos Mar, 1986). Una corriente reivindicaba el rol del Estado para proveer de alojamiento a los nuevos ciudadanos, a través de planes urbanísticos y conjuntos habitacionales (Calderón, 2005); la otra, asumiendo la imposibilidad de ese reto, apostaba por darle herramientas a la población para que produjera su vivienda y hábitat (Turner y Corral, 1977). La primera apostaba por una vía top-down con políticas de vivienda, mientras que la segunda apoyaba un camino bottom-up de participación ciudadana. Una tercera, anterior (Córdova, 1958), postulaba que antes había que resolver las condiciones de subdesarrollo en la base.
El propósito de reducir la presencia de rejas y muros debería afrontarse a través de estas posturas simultáneamente. No creemos que retirar rejas por dictamen genere un nuevo contrato social, pero tampoco se trata de dejar que la gente resuelva sola sus problemas, ni esperar a acabar con los problemas estructurales, porque se trata de una relación dialéctica: las rejas y muros son evidencia, causa y consecuencia del miedo al delito. La percepción de inseguridad debe ser mitigada a través de políticas que mejoren el entorno físico-espacial y el social-económico (top-down), pero sin renunciar a estrategias desde el propio barrio a través de la implicación activa del vecindario (bottom-up).
El Proyecto Fitekantropus puso en práctica esta doble vía, donde consideramos fundamental:
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Estructurar la ciudad
para recuperar el espacio público.
El espacio público, esencia de la ciudad, es parte de un sistema complejo, y debe relacionarse con sus diferentes escalas, desde la territorial a la micro-urbana. La ciudad debe establecer una jerarquía clara de los diferentes sub-sistemas, lo que supone una buena cohesión (centralidad), movilidad (se evita la segregación) y visibilidad (el mapa mental de la ciudadanía abarca toda la ciudad) (Borja, 2003). El sistema de espacios públicos debe ser jerárquico, con una amplia variedad de lugares, cuyos usos, formas y ambientes son a la vez específicos y complementarios entre sí, los cuales aseguran la continuidad, la accesibilidad y la conexión en la ciudad. Una densidad poblacional adecuada, acompañada de una compacidad edificatoria en torno al 50% en los barrios, ayudan en la sostenibilidad de los diferentes sistemas urbanos y a la vitalidad del espacio público. Asimismo, los barrios deben estar integrados en el sistema territorial general, generar diferentes tipos de espacio a escala barrial (privado, semi-privado, semi-público, público) que interactúen, y un entorno de calidad en una escala micro-urbana (confortable, vibrante y seguro). El resultado debe ser una estructura urbana legible y al mismo tiempo compleja desde un punto de vista utilitario y perceptivo, que evite la tentación de privatizar espacios públicos o deteriorarlos.
En este sentido, el caso de estudio desarrolló una serie de “proyectos palanca” como la consolidación del corazón del barrio con la (re)construcción del Centro Cultural Comedor San Martín y la mejora del Parque Tahuantinsuyo, la extensión de un eje de conexión longitudinal con el Paseo de la Cultura FITECA, y una red de parques lúdicos a lo largo de un eje conector en la zona alta del barrio.
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Desarrollar estrategias
urbanas y arquitectónicas que prevengan del delito y el miedo al delito
La teoría de la Prevención del Delito a través del Diseño Ambiental o CPTED (Cozens, 2015) propone seis medidas para mitigar el delito y el miedo al delito en los entornos urbanos, que se retroalimentan:
a) Vigilancia natural y líneas de visión: la vigilancia natural es ejercida por la propia ciudadanía, a través de los ojos en la calle de los transeúntes, los comerciantes o los vecinos (Jacobs, 2011), y es la que genera la sensación de poder ser auxiliados. Las líneas de visión permiten a las personas tener un control visual del entorno por el que transitan.
b) Accesibilidad y movilidad: lugares con rutas, espacios y accesos bien definidos que proporcionan una movilidad adecuada que no compromete la seguridad de las personas. La movilidad y la accesibilidad se ven seriamente afectadas si existen elementos y espacios que actúan como predictores de movimiento o puntos de atrapamiento (túneles o callejones estrechos, p.ejm.).
c) Territorialidad: lugares que promueven sentido de pertenencia, respeto, responsabilidad territorial y comunidad. Alentar a las personas a que se sientan responsables de su entorno puede ser una contribución importante a la prevención del delito. Para ello deben estar bien definidos tanto los espacios públicos como los comunales de carácter semi-privado o semi-público. Los espacios vecinales semi-públicos, o los espacios intermedios semi-privados entre la casa y la calle generan interacción y vigilancia hacia la calle (Gehl, 2006).
d) Protección física: Lugares que incluyen elementos de seguridad necesarios y bien diseñados. Se trata de medidas que dificultan la comisión de infracciones e infunden sensación de seguridad en la ciudadanía. Debe considerarse de manera integrada, poniendo las anteriores medidas en primer lugar (vigilancia natural, movilidad y accesibilidad, y territorialidad), de lo contrario, puede afectar negativamente. La presencia indiscriminada y no integrada en el diseño urbano de elementos de seguridad (muros, cámaras, tranqueras, etc.) puede crear un efecto fortaleza que genere más sensación de inseguridad.
e) Actividad humana y mezcla de usos: Promover la actividad humana lícita en el espacio público, provee de presencia de personas (ojos) en la calle, lo cual reduce la posibilidad de cometer delitos y fomenta la sensación de seguridad. Una combinación compatible de usos y un mayor uso de los espacios públicos apoya la presencia constante de personas en la ciudad. Que los usos estén destinados a personas de diferentes edades, sin segregarlas, asegura que el espacio sea usado en distintos horarios.
f) Diseño, gestión y mantenimiento: Un espacio público atractivo y de buena calidad que sea percibido como bien mantenido y cuidado por la administración pública y el vecindario. El buen diseño y mantenimiento mejora su imagen, fomenta un mayor uso, promueve un mayor respeto por el medio ambiente y reduce la probabilidad de delincuencia o vandalismo. Un espacio mal mantenido y vandalizado denota falta de control por parte de la comunidad y el Estado, lo cual genera mayor inseguridad a las personas.
En el caso de estudio se han aplicado diversas estrategias y tácticas para mitigar la percepción de inseguridad en el espacio urbano, que no consisten en acciones de retiro inmediato de rejas y muros, sino en procesos que generan las condiciones para su retiro o transformación. Así, en el Parque Tahuantinsuyo, en torno al Centro Cultural (C.C.), que cuenta con un comedor, huerto comunitario, biblioteca y Sala de Usos Múltiples, se ha venido dando una territorialidad positiva: el local ha pasado de ser un edificio totalmente defensivo y cerrado a su contexto (figura 4), a convertirse en el corazón del barrio abierto al espacio público (figura 5). Con este gesto se consolidan los deseos de los vecinos por generar un espacio defendible, impidiendo el tránsito de vehículos a motor, generando presencia de personas y consolidando las actividades lícitas en la calle. La percepción positiva del entorno del C.C. atrae a personas de diversos sectores y de todas las edades, lo cual genera vigilancia natural e interacción social. Asimismo, el C.C. y su espacio circundante generan una yuxtaposición geográfica (Newman, 1972), ya que irradia o influye en la seguridad de los espacios adyacentes y viceversa.
Las condiciones generadas para producir este espacio público no solo han abierto espacios eliminando muros, sino que evitan la aparición de nuevas rejas o muros. En el huerto-patio de ingreso, una reja reemplazó a un antiguo muro ciego: su transparencia genera ojos en la calle, y al estar hecha con rejas antiguas y piezas de cocinas y refrigeradoras del viejo comedor, recicladas, genera pertenencia simbólica y memoria positiva. Protege el espacio privado no separando sino más bien vinculándolo con el espacio público, como un borde permeable.
Otro ejemplo aplicativo es la apertura de muro del comedor y el colegio próximo. En el proceso participante se diagnosticó el problema de inseguridad y se definió como estrategia “abrir la caja”. Se diseñaron unas pequeñas ventanas que permitieran a las socias del comedor ver lo que sucede en el parque mientras cocinan. Sin embargo, esto no fue posible hasta que las condiciones estuvieron dadas. Entre el diseño y el visto bueno para su ejecución pasaron 5 años, en los que el espacio público exterior se fue co-produciendo. Fue gracias a la sensación inicial de apropiación del espacio, ya ocupado sobre todo por niños, que cesó el miedo a las ventanas, cuya apertura consolidó la seguridad del espacio, tanto en el exterior como en el interior. Lo mismo viene sucediendo con el colegio, ubicado frente al parque pero cerrado con muros ciegos por las mismas razones. Ahora que se ha recuperado el exterior, se empieza a pensar que sí es posible reemplazar dicho muro por unas rejas lúdicas.
Todas estas acciones han hecho que el espacio público tenga actividad incluso a las noches (figura 6), algo impensable poco tiempo atrás.
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Desarrollar estrategias
que fomenten la integración y la cohesión social
Estas medidas deben estar acompañadas por ciertas condiciones sociales. Los lazos entre las diferentes personas de un vecindario, el acuerdo en los valores compartidos, la confianza en los demás y la capacidad para resolver problemas comunes favorecen el bienestar y mitigan la inseguridad. El control natural de la comunidad favorece la convivencia y dificulta los actos incívicos y delictivos, ya que se generan mecanismos sociales que dan seguridad y protección a aquellas personas que interpelan y reprenden a los incívicos y delincuentes (Ross & Jang, 2000). Llevándolo al extremo, un espacio defendible (Newman, 1972) puede convertirse en ofensible (Atlas, 1991) si no existe organización social (Bursik, 1988), integración social y cohesión en los barrios (Covington & Taylor, 1991; Garofalo & Laub, 1978), ya que los delincuentes utilizan precisamente estrategias como el control de los accesos, la vigilancia y la territorialidad para quebrar la ley y desarrollar con seguridad sus negocios ilegales. Así pues, la cohesión social, la interacción comunitaria, la cultura de comunidad y la capacidad de respuesta ante los problemas comunes son imprescindibles para que las estrategias CPTED sirvan para reducir el delito y el miedo al delito (Saville & Cleveland, 1997). También serán importantes la escala humana, los lugares de encuentro, la identidad de barrio y la inclusión (Cozens & Love, 2015).
El caso de estudio ha evidenciado que una mejora de las condiciones sociales favorece la percepción de seguridad. Las condiciones generadas en el espacio físico van acompañadas de un trabajo en el espacio social. El C.C. es la base para generar organización social, y por tanto, objetivos, valores y normas sociales comunes, que son la base para mantener un control social informal. Iniciativas como FITECA, “Aprendiendo en el Barrio”, la “Biblioteca Fitekantropus” y los “Domingos Comunitarios” (figura 7), fomentan la integración social y la cohesión del barrio, incluso generan un sentimiento de pertenencia (Fernández, 2020). Así se ha conseguido generar lazos sociales y disminuir la preocupación comunitaria.
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Reducir la sensación de
vulnerabilidad personal.
El entorno urbano es complejo e impredecible, Precisamente en esta impredecibilidad radica la riqueza de la ciudad, el factor sorpresa y cierto sentido de aventura son necesarios (y recomendables) para que nuestro entorno no se torne aburrido. La percepción de impredecibilidad y la tolerancia ante las sorpresas es diferente en cada persona. El espacio público, por definición, es un lugar donde cualquier persona puede estar y transitar libremente y sin miedo. Para ello, es imprescindible generar ciertas condiciones sociales positivas (cohesión social, integración, cultura de comunidad, etc), pero también políticas públicas que ayuden a reducir la sensación de vulnerabilidad personal (Rountree & Land, 1996) y fomentar la emancipación de la ciudadanía, sobretodo en aquellos sectores sociales donde más se evidencian la percepción de miedo al delito: mujeres, personas mayores, minorías étnicas y personas económicamente vulnerables (Taylor & Covington, 1993). Para ello es imprescindible pensar la ciudad con perspectiva de género.
El caso de estudio demuestra que el trabajo integrado en el espacio físico y social contribuye a que las personas del barrio tengan una mayor confianza en ellas mismas y en los demás, reduciendo la sensación de vulnerabilidad personal. Es importante subrayar la participación activa de las mujeres del Comedor Popular en todo el proceso, lo cual ha contribuido a repensar el espacio público con perspectiva de género. El proyecto tiene una repercusión mediática positiva, lo cual contribuye a mejorar el estado emocional de las personas del barrio, y por tanto a reducir la percepción de inseguridad (Figura 8).
CONCLUSIONES:
El análisis realizado muestra que las rejas y muros son producto y productores de inseguridad, y aparecen en todas las escalas de la ciudad: a escala territorial separando distritos ricos y pobres, a escala barrial generando condominios y calles privadas, a escala arquitectónica enclaustrando casas o edificios dotacionales, incluso a escala micro-urbana resguardando objetos. Estos dispositivos generan entidades urbanas aisladas (una ciudad archipiélago), lo que supone el abandono del espacio público, y en consecuencia mayor inseguridad.
Las razones de su aparición son múltiples y transversales: problemas propios de la ciudad tardo-capitalista, problemas estructurales de una sociedad desigual y fragmentada como la peruana, sentimientos profundos de inseguridad o incertidumbre propios de la sociedad global actual, o lógicas de producción de espacio específicas de los barrios populares de Lima.
El Proyecto Fitekantropus en La Balanza (Comas, Lima) ha demostrado que para enfrentar el fenómeno de la inseguridad es necesario actuar de manera multiescalar y transversal en procesos físicos y sociales. Para ello es importante estructurar el tejido urbano y desarrollar estrategias y tácticas urbanas en el espacio público, pero también fomentar la integración y la cohesión social de los barrios y reducir la sensación de vulnerabilidad personal. Queda claro que el trabajo del arquitecto no consistiría en condicionar el diseño, sino en diseñar las condiciones para que un evento ocurra (Tschumi, 1983). La recuperación del espacio público y la reducción de la percepción de inseguridad van de la mano y son condiciones necesarias para mitigar la presencia de rejas y muros.
El resultado positivo del caso de estudio abre una vía para la acción-investigación a más largo plazo, en la cual será imprescindible generar herramientas de medición que valoren las acciones de mejora de la ciudad y por tanto la reducción de la inseguridad.
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NOTAS
[1] Los medios de comunicación peruanos distinguen entre dos tipos de ciudadanía: “vecinos”, quienes viven en la llamada Lima Moderna, y “pobladores”, quienes habitan en las “nuevas Limas”.
[2] En Perú la corrupción de gran escala asociada a obras públicas ha sido destapada en los últimos años, caso Odebretch principalmente, en el que se encuentran involucrados desde ex-alcaldes hasta grandes constructoras.
Muy buena investigacion, aqui en mexico tambien se percibe la misma cuestion. Por lo pronto se esta lidiando con la arquitectura hostil......
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